Elecciones 2024
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Durante los días que estuve de asueto, hizo su reaparición el gen priista que el licenciado López Obrador, irremediablemente, lleva en sus entrañas, ocupa su mente y se manifiesta a través de sus palabras. A la antigua usanza, tal como lo hicieron antes Luis Echeverría y Miguel de la Madrid, señaló como sus posibles sucesores a seis distinguidas personalidades que colaboran en su gobierno, a saber: Claudia Sheimbaund, Marcelo Ebrard, Tatiana Clouthier, Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma y Rocío Nahle. Los tres últimos son para completar el sexteto y, con ello, mandarle a Ricardo Monreal el mensaje que él no está en el pensamiento del inquilino de Palacio Nacional.

No obstante lo anterior, el senador zacatecano, al día siguiente habló sobre su aspiración a ser candidato por Morena asegurando que habrá “piso parejo” para todos los contendientes porque AMLO “es un demócrata”. Manifestó que es muy precipitado hablar de sucesión. Él esperará la convocatoria del partido que será en octubre del 2023. En opinión de Monreal, con la acción de Andrés Manuel, “el tapadismo ha quedado sepultado”.

Respeto lo dicho por el senador, aunque no comparto su decir. Por el contrario creo que el tapadismo reapareció. Pondré dos ejemplos que lo confirman:

En 1975, en una gira por el estado de Morelos, un reportero, inducido seguramente por la Oficina de Prensa del presidente Echeverría, le preguntó al ingeniero Leandro Rovirosa Wade, secretario de Recursos Hidráulicos, a quiénes le veía cualidades para suceder a LEA, el ingeniero, con la venia del de arriba, por supuesto, mencionó a Mario Moya Palencia —el esperado—, secretario de Gobernación; Porfirio Muñoz Ledo, secretario del Trabajo y Previsión Social; Augusto Gómez Villanueva, secretario de la Reforma Agraria; Carlos Gálvez Betancourt, director del Seguro Social; Hugo Cervantes del Río, secretario de la Presidencia; José López Portillo, secretario de Hacienda, a la postre el bueno. El ingeniero Luis Enrique Bracamontes secretario de Obras Públicas, no estaba en la lista original, fue agregado a ella por su hermano Federico que era director del Diario de México.

Nadie supo, ni sabe, el porqué del conjunto de tapados que, desde luego, fueron parte de la estrategia de LEA para escoger sucesor. ¿Sería para que entre ellos y sus partidarios se hicieran pedazos con las patadas por debajo de la mesa y sacaran sus trapitos al sol? Eso sólo lo podría contestar el nonagenario, casi centenario, Luis Echeverría, pero, al parecer, ya se le olvidó hasta que fue presidente.

En 1987, Miguel de la Madrid, dejó entrever que la sucesión estaba entre seis distinguidos priistas que hicieron lo que se denominó ‘pasarela con aplausómetro’, frente a la militancia del Revolucionario Institucional. En la lista, Alfredo del Mazo González, el hermano que de la Madrid le hubiera gustado haber tenido. Cuando Del Mazo no fue elegido, cuentan que él decía que De la Madrid era el hermano que él quisiera ver tendido. Entre los seis estaba el regente de la Ciudad de México, Ramón Aguirre, obvio que su candidatura estaba colapsada, pero fue agregado al elenco por ser el mejor intérprete de la canción “Motivos” favorita de don Miguel. Otro integrante de la nómina fue el procurador de la República Sergio García Ramírez al que los delmacistas quisieron aventar por la libre pero él, político desde niño, desoyó el canto de las sirenas. En realidad, los finalistas fueron Manuel Bartlett, secretario de Gobernación; y Carlos Salinas de Gortari, secretario de Programación y Presupuesto. Con el desenlace que ya sabemos.

Al parecer, durante la lucha por la candidatura, Bartlett, se encargó de publicar el libelo Un asesino en la Presidencia, en el que se narraba cómo los niños Salinas, Raúl y Carlos, jugando a los policías y ladrones, ellos eran éstos últimos, le dieron un tiro mortal a su sirvienta. En su justificación dijeron que cómo no la iban a matar si ella iba por el PAN.