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Más allá del escándalo acerca de las condiciones infrahumanas que encontraron las autoridades en el albergue de Mamá Rosa en Zamora, Michoacán, la primera pregunta que convendría hacerse es por qué llegaron hasta ahí cientos de niños y niñas, y de dónde provienen.

Hasta ahora se nos ha dejado ver oficialmente un mundo de versiones de abuso, explotación y condiciones de vida deplorables que a mucha gente le causa repugnancia o lástima.

Pero atrás de todo esto hay un tema de descomposiciones y problemas sociales en cada una de las historias de los infantes encontrados en el albergue conocido como La Gran Familia.

Zamora es una ciudad media enclavada en una de las principales zonas expulsoras de migrantes hacia Estados Unidos. Hay pueblos fantasma en la región, como suelen ser calificados aquellos núcleos de población en que la gente se ha ido para encontrar el éxito allende el Bravo.

O pueblos donde las mujeres han quedado con la carga del cuidado de los hijos esperando muchas veces el regreso de hombres que cada vez son más extraños para sus familias por el abandono y la lejanía.

En El Colegio de Michoacán algunos de sus investigadores sobre temas de migración se han dado a la tarea de buscar la integración familiar en las casas de algunos migrantes. Es un grave problema demasiado recurrente que afecta a los niños.

De esa desintegración pueden venir algunas historias personales de algunos de los niños de Zamora. En algunos testimoniales publicados en la prensa apareció que una madre había enviado a su hijo al albergue por no tener ya la capacidad de cuidar todos sus hijos, cuatro más el que tenía internado en casa de Mamá Rosa.

Del mismo DIF eran enviados niños al albergue La Gran Familia.

Otras historias serían como las relatadas por el periodista Raymundo Riva Palacio en el sentido de que algunos de los niños tendrían como origen el haber sido producto de embarazos no deseados y rechazados por razones de conservadurismo.     

Nada justifica las condiciones deplorables de vida en que se encontraban los cientos de menores, que se han dado a conocer a la prensa, ni el trato que recibían. El hacinamiento es caldo de cultivo para lo peor.  

Amigos que radican en Zamora creen que se ha exagerado acerca de la realidad del albergue y, peor, que un asunto de hondas raíces sociales se esté tratando como un escándalo policiaco.

Mamá Rosa ha quedado liberada ya de cualquier imputación, según lo informado hacia finales de la semana pasada. Pareciera más que nada que esto fue debido a la presión ejercida por un nutrido grupo de intelectuales y periodistas, así como la avanzada edad de Rosa Verduzco. Todo quedará en aplicar la ley a un grupo de trabajadores responsables de la operación del albergue por abuso sexual y maltrato infantil.

Lo que debe preocupar es que los niños de Zamora, de Mamá Rosa, sólo estaban escondidos cual basura que nadie recoger o que prefiere esconder, bajo una alfombra de descomposición social.