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En el año de 1980 se instauró en la Constitución de Chile, el derecho a manifestarse, sin embargo, hoy el país sufre de constantes protestas por jóvenes que han sido reprimidos por demandar mejoras en reformas, educación, pensión y salud

Hace un año el gobierno chileno decidió anunciar el aumento en la tarifa del uso del metro, lo que provocó que miles de jóvenes salieran a las calles a manifestarse de todas las formas habidas y por haber, como si fuera el banderazo de un sin fin de ataques, saqueos y quemas.

Para su mala suerte, el COVID-19 los detuvo un poco más de seis meses porque ayer volvieron a salir justo en la misma fecha que conmemora el primer año de enojo social.

Los medios hablan de más de 30 mil chilenos en las calles, unos cuantos manifestándose de manera pacífica y muchos otros, haciendo lo contrario y provocando daños irreparables en fachadas, cuarteles policiacos, tiendas departamentales e Iglesias.

La ira y la violencia han ido en aumento, lo hemos visto en las distintas coberturas realizadas por agencias de noticias internacionales.

“El día en que Chile despertó”, lo llaman miles de ciudadanos, y ante esto el gobierno decretó un estado de excepción constitucional para dejar la seguridad en manos de militares, algo que no pasaba desde la dictadura de Pinochet.

Entonces el pueblo se enciende, los chicos, los grandes y los más grandes. Todos han salido a las calles a gritar, a pedir justicia por los y las desaparecidas, por quienes aún cargan la historia de una represión y hoy la ven con sus propios ojos.

Jóvenes arrastrados de los cabellos, hombres adultos siendo golpeados por los carabineros, esos hombres vestidos de verde y armados hasta el tope.

Gases lacrimógenos, chorros de agua, golpes y balas de goma que han dejado ya a cientos de ciudadanos ciegos.

Según datos de finales del 2019, el Instituto Nacional de Derechos Humanos de la República de Chile tenían más de 200 heridas de bala en los ojos y decenas de personas que han perdido por completo la vista.

Su presidente Sebastián Piñera ya no es querido, ha llevado al país a estar en constantes llamas y desigualdad. Están a nada de votar para cambiar o no la constitución decretada por Augusto Pinochet y eso ha puesto todo peor.

Miles de personas han sido detenidas durante un año, y tan solo ayer fueron casi 600 y lamentablemente un muerto.

También la quema de dos templos católicos que quedaron destruidos por el fuego, la iglesia de San Francisco de Borja y la Iglesia de la Asunción la cual fue construida en 1876 y que desde ayer quedó deshecha.

Entre todo este caos hay muchos fotoperiodistas que se están acercando al fuego, a los golpes y a la represión de las autoridades ante cualquier joven que se le coloque enfrente.

Claro está que los manifestantes pacíficos, violentos, encapuchados y enmascarados están jugando un rol principal para poner al país de cabeza. Dejando de lado el diálogo y la tan desvalorada, democracia, la violencia en las calles es interminable.

El trabajo de los fotoperiodistas está siendo de un alto nivel, porque no solo es apuntar con el lente y ter imágenes generales de lo que sucede en las calles, sino acercarse o bien encontrar justo la escena que importa, que es cuando un ciudadano o ciudadana se enfrenta al carabinero y este lo golpea.

Ráfagas interminables con el paso a paso de cómo se dan los golpes, los gritos y la detención. Los jóvenes que entraron a las iglesias a encender el fuego y a terminar con años de historia y de fe, son reprobables.

La imagen que hoy les comparto es del fotoperiodista Martin Bernetti de la agencia AFP, quien cuenta con una larga trayectoria en el mundo del fotoperiodismo y de coberturas en situaciones de conflicto.

Documentar visualmente una protesta suele ser desgastante porque más allá de cumplir con tu trabajo de informar lo que sucede a través de imágenes, debes de estar al pendiente cada segundo a tu alrededor para no poner en riesgo tu integridad o la de alguien más.

Los encapuchados de Chile - lauragarzaencapuchado
Manifestante en Chile pasa frente a una llama. Foto de Instagram/@martinbernetti_photo/AFP

Martín tiene un ojo educado y sabe a lo que va, no se deja llevar por las escenas “típicas”, por así decirlo, en donde hay enfrentamientos entre los propios manifestantes o meras provocaciones para los militares.

Claro, no dejan de ser importante, pero su especialidad en este tipo de cobertura le da la amplia visión para buscar elementos que le llenen sus imágenes de fuerza. Como es el caos del fuego, que por sí solo es imprevisible y nos genera una continúa luz.

El encapuchado que corre dejando atrás su adrenalina en lanzar alguna bomba molotov o en prender fuego en las calles es captado por el lente de Martín, creando una imagen que podría servir como emblema de los manifestantes de hoy.

Los jóvenes que salen tapados del rostro, que se han vestido de color negro, que cargan una mochila con gases, piedras, fuego, martillos y todo lo que puedan usar para avivar la violencia, el enojo y el repudio al gobierno actual.

El humo, el fuego también ayudan a que el fondo sea limpio y nuestros ojos se concentren en la gente que pasa alrededor, en los que huyen, en los que pelean, en los que esperan.

Las protestas que últimamente vemos en el mundo entero, están llenas de violencia y los actores principales están siendo los jóvenes que salen arrebatados a las calles con consignas claras.

Es como si estuvieran en medio de un campo de guerra, se desconfía de ambos bandos y hay que correr de un lado a otro para fotografiar todo y que no se escape nada, y dentro de ese torbellino de adrenalina que los mantiene alerta a todos los que andan con sus equipos fotográficos, pueden alcanzar a crear este tipo de imágenes que podrían, insisto, en convertirse en un emblema de protesta en el siglo 21.

Los que se creen valientes por encender un fuego que curiosamente los hacen huir como gallinas que temen ser apresadas.