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El estatus de la economía como la más científica de las ciencias sociales es un tema altamente debatido históricamente. La discusión suele avivarse cada vez que los economistas fallamos en el pronóstico de eventos económicos de grandes consecuencias.

El debate se enciende periódicamente, como ocurrió en el 2008-09 cuando, con algunas notables excepciones, ningún economista pronóstico la crisis financiera y económica más grande de los últimos 75 años. En la actualidad, el debate se ha vuelto a poner de moda ante el fracaso de la mayoría de los especialistas para pronosticar adecuadamente la magnitud y duración del brote inflacionario que vive la economía global y en especial la de Estados Unidos.

Hacia finales de febrero del año pasado publicamos una edición de Sin Fronteras titulada ¿El retorno de la inflación? En aquella ocasión planteamos la posibilidad de un repunte en la inflación en Estados Unidos ante la perspectiva de una vigorosa recuperación en la actividad económica impulsada por una vorágine de estímulos monetarios y fiscales en combinación con una situación de demanda agregada que había sido pospuesta por la pandemia. En ese entonces, mencionamos que había diferencias importantes entre la crisis del 2020-21 y la del 2008-09.

La recuperación que siguió a la Gran Recesión fue frágil, dispareja y sin inflación a pesar de las medidas extraordinarias de política monetaria que se implementaron en ese entonces. En esa edición de febrero del 2021 subrayamos que las diferencias en la naturaleza de la crisis del 2008-09 y la del 2020-21, en conjunto con las medidas de estímulo fiscal que fueron mucho más significativas en esta crisis, podrían generar presiones inflacionarias que llevarían a la inflación por arriba de la meta de 2% de la Fed.

Sin embargo, ni nosotros, ni prácticamente ningún economista –incluyendo a los de la Fed– se imaginó que la inflación en Estados Unidos alcanzaría su nivel más alto en 30 años, superando 7% al cierre del 2021. El consenso de expectativas para la inflación en el 2021 en Estados Unidos fue aumentando muy gradualmente durante la primera mitad del 2021 y no fue hasta la segunda mitad del año que el consenso comenzó a incorporar la realidad.

El consenso de expectativas pasó de 2.14% en las encuestas de enero, a 2.6% en la de abril, a 4.11% y a 5.25% en octubre. Lo que resulta increíble, es que a escasos meses de que concluyera el año, nadie vislumbró un aumento en la inflación a 7 por ciento. Como siempre, los economistas rápidamente encontramos argumentos para explicar el error colectivo.

La primera justificación fue que el incremento en la demanda agregada, impulsado por la reapertura en la primavera del 2021, se había dado a un ritmo mayor al esperado y que las cadenas de suministro estaban en peores condiciones y con menor capacidad de reactivación a lo esperado. La segunda justificación fue que la propagación de la variante Delta del Covid-19 en el verano del 2021 tuvo un impacto inesperado en los procesos de formación de precios.

Aunque estos argumentos pueden tener cierto mérito, la realidad es que los economistas fallamos en dimensionar adecuadamente varios factores entre los que destacan: (I) el impacto disruptivo a las cadenas de suministro globales provocado por la política de Covid-cero en China y otros países asiáticos; (II) la capacidad de reactivación de la oferta agregada en sectores claves; (III) el impacto en el mercado laboral; y (IV) el impacto multiplicador de los estímulos fiscales en la demanda agregada.

El estímulo fiscal sin precedentes (más de 11% del PIB en Estados Unidos) puso dinero en los bolsillos de las familias y les dio capacidad de ahorro ante la disminución temporal en la demanda agregada durante el confinamiento. La reapertura trajo una recuperación súbita y robusta de consumo pospuesto. Sin embargo, los estímulos también contribuyeron a exacerbar la disminución en la fuerza laboral efectiva provocada por la pandemia.

Esta situación generó un nuevo equilibrio en el mercado laboral y está generando presiones salariales que a su vez contribuyen a una inflación más persistente. La normalización de las cadenas de suministro contribuirá a una disminución gradual en la inflación pero debemos de acostumbrarnos a vivir con niveles de inflación superiores a los que se tenían previo la pandemia.