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Durante las últimas dos semanas la conversación en los mercados financieros ha tenido como epicentro la quiebra de tres bancos regionales en Estados Unidos (Silicon Valley Bank, Signature Bank y Silvergate Bank) y el rescate de FirstRepublic Bank y Credit Suisse.

Como mencionamos en la edición de Sin Fronteras del 14 de marzo, la percepción de riesgo sistémico comenzó a crecer como onda expansiva, obligando a las autoridades financieras en Estados Unidos a tomar medidas extraordinarias para garantizar los depósitos de las instituciones intervenidas y otorgar liquidez a otros bancos.

Mientras esto sucedía en Estados Unidos, las autoridades suizas otorgaron un préstamo de emergencia de 50,000 millones de euros a Credit Suisse (CS) para comprar tiempo y que el otro gigante de la banca suiza, UBS, absorbiera a CS.

Ante esta situación, resulta lógico preguntarse cuál es la situación de la banca mexicana. En este sentido, vale la pena recordar que después del colapso de 1994 y del tortuoso rescate de 1995, el mapa del sector financiero en México fue totalmente reconfigurado en la segunda mitad de la década de los 90.

La entrada de grandes grupos financieros internacionales con capital y la supervivencia de algunos grupos financieros mexicanos, principalmente Banorte, combinada con las lecciones de la crisis dieron pie al nacimiento de un nuevo sistema bancario caracterizado por altos niveles de capitalización y un enfoque conservador en cuanto al manejo de riesgos.

Aunque el crédito bancario ha jugado un papel menos importante al deseado como motor de crecimiento, la solidez de la banca ha sido suficiente para enfrentar momentos muy complejos, como la Gran Recesión del 2008-09 y la pandemia, sin secuelas importantes.

Además de gozar de niveles de capitalización muy altos, la banca mexicana tiene características muy diferentes a la de los bancos intervenidos en Estados Unidos.

En primer lugar, los bancos en nuestro país están principalmente fondeados por una base de depósitos del público ahorrador muy bien diversificada y con costos muy bajos. Esto hace que una situación como la de SVB, en la que pocos clientes de depósito pudieron detonar una salida masiva de recursos en cuestión de horas, sea mucho menos probable.

En segundo lugar, las políticas de otorgamiento de crédito (tanto empresarial como a personas físicas) y de inversiones de tesorería han sido más que prudentes. El sistema bancario en México cuenta con un superávit de depósitos a cartera de crédito y niveles de liquidez holgados.

Adicionalmente, a diferencia de lo que ha sucedido en Estados Unidos, en donde el alza de tasas ha tenido un impacto negativo en la valuación de las inversiones en instrumentos de largo plazo de los bancos, en México un entorno de tasas de interés altas por lo general ayuda a que las utilidades de los bancos sean más altas debido a un incremento en el margen financiero.

Esto sucede porque el costo de fondeo de los bancos mexicanos –que proviene de una amplia base de depositantes con un porcentaje muy alto de cuentas a la vista sin intereses– se mantiene estable a pesar del alza en las tasas de referencia. Sin embargo, las tasas de una muy buena parte de la cartera de crédito de los bancos (con la excepción de los créditos hipotecarios y algunos otros activos) están a tasa variable ligada a las tasas de referencia.

En las dos últimas crisis globales, la del 2008-09 y la del 2020-21, nuestro país experimentó una terrible contracción en la actividad económica, no obstante, la banca las capoteo sin mayores sobresaltos.

A pesar de las fuertes contracciones en el PIB, ninguna de estas últimas crisis fue tan devastadora y traumática –desde el punto de vista económico y financiero– como lo fue la de 1995.

La mayor parte de los mexicanos recordaremos esa crisis por la quiebra del sistema financiero mexicano y las secuelas que provocó dicha quiebra durante casi una década. La crisis de 1995 llegó en un momento en el que tanto el sector privado como el sistema financiero se encontraban en un proceso de endeudamiento acelerado.

Al llegar la crisis, las tasas de interés se dispararon al cielo y la banca mexicana no contaba con capital suficiente para hacer frente a las grandes pérdidas que registraba en su cartera y tuvo que ser rescatada por el gobierno y los contribuyentes.

La reconstrucción del sistema financiero mexicano tomó más de una década pero se hizo sobre bases muy sólidas que han permitido capotear otras crisis más graves que la actual.