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Si tomamos una remesa promedio de 300 dólares, hace un año se recibían 6,280 pesos y hoy se cobran 5,510 pesos por esos mismos recursos. Con el adicional que la inflación anual de 8% que resta poder de compra.

Una combinación posible para sentirse feliz, feliz, feliz con la apreciación cambiaria que vemos es haber canjeado dólares por pesos arriba de 19.50, tener inversiones en valores gubernamentales con tasas superiores a 11% y esperar obtener al final dólares que se compren en 18.40 actuales.

Si le tenía ganas a esa casa en Houston, o por lo menos a pagar ese viaje a Nueva York, también debe haber sonrisas en los rostros.

No están muy claras las expectativas para la economía este año, pero esos dólares por debajo de 18.50 hacen atractivo comprar esa maquinaria para el negocio o ese auto de alta gama que cobran en dólares. De los importadores, ni hablar.

Bueno, hasta los obsesivos compulsivos que cazan los dólares baratos para comprar billetes y guardarlos debajo del colchón hoy están contentos.

Hasta ahí los que derrochan felicidad con esta fortaleza cambiaria que no habíamos visto en este sexenio. La última vez que los dólares estaban en estos niveles todavía gobernaba Enrique Peña Nieto.

Los que no se pueden alegrar tanto, aunque pueden entender el beneficio de corto plazo sobre los niveles inflacionarios, despachan en el Banco de México y seguro entienden que esto es parte de los efectos que causa su medicina monetaria altamente restrictiva.

Ahora, los que no deben estar nada contentos y altamente preocupados son aquellos que dependen de un tipo de cambio más cercano a la realidad de las dos economías, la de México y la de Estados Unidos.

Primero hay que pensar en las familias de los migrantes que reciben remesas desde Estados Unidos. Si tomamos una remesa promedio de 300 dólares, hace un año recibieron 6,280 pesos y hoy cobran 5,510 por esos mismos recursos. Con el adicional que la inflación anual de 8% ya les quitó poder de compra.

Otros no tan contentos con el peso sobrevaluado son los exportadores que pierden la ventaja cambiaria que compensa un mercado laboral ya no tan competitivo y los sobrecostos por inseguridad y falta de energía.

Como premio de consolación para los exportadores está el hecho de que la realidad no es que tengamos un peso fuerte, sino un dólar de Estados Unidos débil, lo que provoca la apreciación de otras monedas y con ello el mismo efecto adverso sobre otros exportadores.

Lo peligroso es que las condiciones de mercado pueden cambiar muy rápidamente y esos capitales financieros que han entrado a los mercados mexicanos para gozar de la fiesta de los rendimientos del súper peso, pueden salir en segundos y generar pánico desde muy alto.

Las corridas suelen ser espectaculares, contagiar a los menos informados y reactivos y provocar pérdidas que se pueden extender hasta el resto de la economía y generar una crisis.

Hasta ahí, lo bueno, lo malo y lo peligroso del tipo de cambio actual.

Lo más preocupante es que no se nota que en las mañanas entiendan la dinámica de una moneda y su relación de cambio con otras divisas, y que hagan de estos niveles de apreciación una especie de victoria política.

Es evidente que no tienen nada que presumir, pero ¿cómo van a explicar cuando llegue la necesaria depreciación del peso frente al dólar? Claro, ¡para eso están los conservadores responsables de costumbre!