También es un terapeuta que brinda dosis pródigas de compañía y alivio; son seres generosos, aventurados, festivos, cultos y con una inmensa vocación por su trabajo
Según la RAE un librero es aquella persona que tiene por oficio vender libros. Para mí es una definición insuficiente: un librero es similar a un médico familiar quien para conservar la salud de sus pacientes recomienda una buena alimentación y ejercicio proveyendo remedios cuando enfermas. También es un terapeuta que brinda dosis pródigas de compañía y alivio; son seres generosos, aventurados, festivos, cultos y con una inmensa vocación por su trabajo. Conceden revelaciones a manos llenas mostrándonos las heridas de otros pacientes-lectores: sus desasosiegos, angustias y temores. De noble profesión viven rodeados de las mejores compañías: los libros. Ellos y las bibliotecas reflejan el laberinto de las personas y lo que ocurre en sus vidas. Son peligro, consuelo y conocimiento.
Los libreros son dealers de sueños en los que te enganchas y ejercen su ministerio en librerías —que, hoy por hoy— no solamente son esos recintos mágicos con olor a tinta y a papel atestados de ejemplares en la espera de que alguien abra sus páginas, sino que también pueden ser virtuales y abren 24 horas los 365 días del año —con todo y buzón de comentarios y sugerencias–. Algo me dice que Borges sabía lo intangible que podría llegar a ser un lugar de ese calibre: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito de galerías hexagonales”, se peregrina en la búsqueda de un libro en un catálogo de catálogos: el hombre es visto como un librero en la vastedad de su vida.
De la extensa literatura que se ha escrito acerca de librerías y bibliotecas —y por falta de espacio— quisiera recurrir a dos obras: La librera de París de Kerri Maher, una novela acerca de la historia de Silvia Beach y Adrienne Monier, libreras y lectoras agudas, la primera editora y la segunda creadora de un híbrido entre librería y biblioteca, excelentes amigas y amantes. Beach, con su librería Shakespeare & Company fue un centro ceremonial parisino para los escritores de lengua inglesa donde editó y publicó el Ulyses de James Joyce. El ensayo del escritor y bibliófilo Mijaíl Osorguín titulado La librería de los escritores, da cuenta del centro cultural y refugio que fue para profesores, artistas, estudiantes y escritores dicha librería en Moscú. La censura que acarreó la Revolución de Octubre complicó la aparición de nuevos títulos utilizando los libros para calentar estufas, Osorguín se la jugó y publicó manuscritos de autores como Rémizov o Tsvietáieva.
He tenido la fortuna de conocer libreros entrañables que han inyectado sueños en mi sangre: el inmenso Jorge F., Pablo y Santi de Pérgamo, Valentina del Librero de Valentina, Levi de El Péndulo, todos aquellos que —de caseta en caseta— han tocado mi vida en las Ferias que recorro. No sabemos la importancia de tener un librero de cabecera hasta que tenemos la fortuna de que aparezca en nuestras vidas: ábrele la puerta, déjalo entrar y descorcha tu mejor vino, vendrá con excelente compañía.