Se dice que el insomnio es un trastorno asociado a la vejez (gulp) y también a la ansiedad y a la depresión, pero sin importar el origen de la congoja, el no dormir es morada de catástrofes: las preocupaciones son monumentales y no tienen remedio
Ansío la noche como un espacio de quietud, vacío y pausa física —o de placidez y serenidad, si es que regreso de una batalla corporal— pero el hamster que vive en mi cabeza sale a ejercitarse y, el supuesto descanso, se convierte en una marea reflexiva: un movimiento periódico de ascenso y descenso de ideas, cuitas y desasosiegos. Si hay luna llena, la loba de mis entrañas no deja de aullar.
Se dice que el insomnio es un trastorno asociado a la vejez (gulp) y también a la ansiedad y a la depresión, pero sin importar el origen de la congoja, el no dormir es morada de catástrofes: las preocupaciones son monumentales y no tienen remedio. Velo mis cuitas y desastres que muchas veces, fertilizan el territorio de la inspiración.
La literatura está plagada de robos de sueño: antes de las batallas épicas se hacía vigilia para que los guerreros no fuesen sorprendidos mientras dormían. Para Virgilio el insomnio aguijoneaba al hombre de acción implicado en grandes tareas. Homero seguramente fue un insomne y el no dormir representaba tristeza, desesperación, impotencia y miedo, un estado de calamidades. El canto X de la Ilíada parte del insomnio de Agamenón, en el XXIV —y último canto— Aquiles llora a Héctor “acordándose del compañero querido, sin que el sueño, que todo lo rinde, pudiera vencerle” “al recordarlo, prorrumpía en abundantes lágrimas; ya se echaba de lado, ya de espaldas, ya de pechos; y al fin, levantándose, vagaba triste por la playa”, cumpliendo once noches sucesivas sin dormir. En la Odisea, la charla entre Cirse y el protagonista no puede darse de día sino en las horas robadas al sueño —las confidencias encuentran un lugar propicio en la noche, nido de oráculos y canto de grillos. Penélope advierte que la muerte podría ser un remedio para su mal dormir—, una enfermedad propiciada por el amor, la angustia, la incertidumbre de la espera y el ánimo de conservar despierta a la esperanza. Así como los personajes de Homero también Virgilio, Ovidio y Safo acertaron que una consecuencia del mal de amores era la privación del sueño.
En el siglo XVII Sor Juana Inés de la Cruz apunta en su Sueño: “quedando a luz más cierta el mundo iluminado, y yo despierta” y reflexiona sobre la dualidad del sueño y la vigilia. Por falta de espacio demos un salto hasta el siglo XX; Roberto Bolaño en Los detectives salvajes utiliza el insomnio como metáfora de la búsqueda de la verdad y la identidad al impulsar la acción y la aventura. La peste del insomnio en el Macondo de García Márquez genera una pérdida de memoria ¡y de sus registros lingüísticos! El método de etiquetar las cosas por su nombre falla cuando las personas también olvidan leer.
Una vez me dijo un sabio que las personas inteligentes dormían muy poco, yo quiero aferrarme a esa tesis y fantasear que mis desvelos —mirando los minutos diluirse— no son causa de temores, amores y angustias y, que el cansancio acumulado no me llevará a la región del olvido.
Y como dijo otro sabio: dormir es sexy.