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Este régimen tiene que aceptarlo y rápido, a Donald Trump no lo pueden tratar con el desprecio con el que tratan a los que consideran sus opositores en México.

En esa relación que tendrá el gobierno mexicano con la siguiente administración de su principal socio comercial, durante los próximos cuatro años, deben entender que las decisiones autoritarias efectivas y con las peores consecuencias estarán al norte de la frontera.

Mientras menos soberbia y más inteligencia haya en la relación bilateral, más se podrán minimizar los daños que, por lo demás, podrían ser inevitables.

El gobierno mexicano no puede responder a una bravuconada de Donald Trump con otra igual, porque es engancharse en su juego y apostar para una derrota segura.

Expresiones como esa de “a un arancel, vendrá otro en respuesta y así hasta que pongamos en riesgo empresas comunes” son reacciones viscerales que pueden escalar un conflicto justo en la dirección que quiere Trump.

Lo único que logró el gobierno por ponerse al tú por tú con las amenazas de Trump fue aumentar el nerviosismo en los mercados financieros. Con la amenaza del republicano, el tipo de cambio se disparó a 20.75 y después regresó a 20.46. Pero con la carta de la presidenta Sheinbaum el peso regresó a los 20.70 por dólar.

Pero las consecuencias van más allá de esa volatilidad, cuatro de cada 10 pesos del Producto Interno Bruto (PIB) de México dependen de las exportaciones y Estados Unidos que se lleva 80% de esa producción mexicana. Para Estados Unidos, las exportaciones a México representan 7.29% de su PIB.

El ojo por ojo que amenaza el gobierno mexicano sería sólo un suicido económico del país.

Si Trump efectivamente aplica 25% de aranceles a los productos que Estados Unidos importa de México, lo único que va a lograr es un disparo inflacionario en su país, escasez y una crisis en los flujos de miles de las empresas de su nación.

México tendría una depreciación cambiaria, compensatoria del impuesto, seguro una recesión, pero si evita poner un espejo arancelario se ahorraría el impacto interno de tener que pagar un sobreprecio en el consumo de productos de manufactura estadounidense, que no son pocos.

Donald Trump es un bully, agresivo, alevoso, grosero personaje que va a ser presidente de Estados Unidos. Trump no es un “opositor moralmente derrotado” al que le pueden aplicar una “supremacía constitucional”, es un personaje que busca negociar empuñando un arma, un misil comercial, que le da una ventaja real frente a sus contrapartes.

En esta amenaza Trump abre una rendija, incómoda, pero que puede dar pie a una puerta que salve a México del castigo comercial.

López Obrador, quizá porque entre gitanos populistas no se leen las manos, supo muy bien como capotear esos desplantes, ojalá su segundo piso lo aplique también.

El fentanilo es una epidemia real en Estados Unidos y la migración ilegal es un tema en el centro del debate político en aquella sociedad, a México le toca dar un dulce para beneplácito de las promesas del republicano, no hay más.

O bien, engancharse en las rabietas, envolverse en la bandera al estilo Noroña y dejarse caer en el abismo de una crisis descomunal.