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La crisis migratoria que estamos viviendo quedará como un estigma de las actuales administraciones de nuestro país y la de Estados Unidos.

Las carencias y múltiples abusos a los derechos humanos de países como Haití o de Centroamérica han provocado que miles de personas, lo que incluye hombres, mujeres y niños se aventuren al mayor riesgo de sus vidas: cruzar su frontera y otras más caminando.

Los migrantes haitianos han llegado a México y buscan a como dé lugar rutas alternas que los acerquen a Estados Unidos. Muchos desde Chiapas y separándose ya de las caravanas de las que venían desde un inicio están tomando cualquier tipo de transporte que los acerque al país que claramente ya les dijo NO VENGAN.

Las imágenes que hemos visto durante esta última semana son dolorosas y crueles, mejor dicho, son despiadadas en cuanto a la fuerza y repudio por parte de la patrulla fronteriza de Estados Unidos contra los migrantes que se van acercando al campamento a orillas del río Grande, una zona muy cerca del puente entre Texas y nuestro país.

Los reportajes y los medios que oportunamente le han dado seguimiento al trayecto de esperanza, de lucha o de fe que estos hombres y mujeres están realizando, también son para observar a detalle la capacidad y las ganas de sobrevivir.

El reportaje del día de hoy en el diario El País por Constanza Lambertucci me llevó a especular aún más sobre la energía, razones, motivaciones y fuerza interior con la que se atreven a cruzar territorios desconocidos, fronteras desérticas, con agua o con el riesgo a morir.

En el artículo, Constanza entrevista a un joven que estaba por volar a Miami, de los tantos haitianos que solicitaron asilo al país norteamericano y fue aceptado. Al final presume que cruzar desde Bolivia hasta Estados Unidos ha sido gracias a Dios.

Entonces me pregunto al repasar muchas de las últimas fotografías de distintas agencias y fotoperiodistas independientes que están en Río Grande o en Ciudad Acuña documentando a loas más de 15mil haitianos que buscan a como dé lugar vivir.

¿De dónde surge la fuerza y la energía para cruzar países enteros a pie? ¿Cuánto tiempo llevará este hombre cargando a su hijo en sus brazos? ¿Irá acompañado, irá solo? Lo sostiene, cruza el río y del otro lado la mochila con su todo para sobrevivir.

¿Estará en las inmensas ganas de dejar de pertenecer al país más pobre del continente? ¿En la esperanza de tener lo que nunca han tenido y que ni siquiera se pueden imaginar? Esa energía intensa de no sucumbir ante ningún tipo de deseo momentáneo, de tentaciones en el camino o meramente al cansancio agotador que es caminar y caminar sin saber si quiera si llegarán.

No hay manera de comparar el cansancio y la angustia que sentimos desde nuestras trincheras, aunque no lo demeritemos, pero al ver y tratar de entender lo que mueve esas piernas con niños en brazos, o con la tristeza de dejar una vida atrás en las espaldas para buscar otra, que si todo sale bien habrá que esforzarse aún más, pero si no sale como esperaban, estarán de regreso al mismo lugar, con peores carencias y un agotamiento humano indescriptible.

Entonces comienzo a creer que también la fe en que Dios les ayudará en el camino, es trascendental para no parar, porque su cuerpo invencible no puede explicarse de otra manera.

Escenas que a cualquiera nos apachurra el corazón, pero que deberían de hacerles ver y entender a las autoridades migratorias de cada país que justamente esta energía e impulso sobre humano que tienen, pueden sumar a cada uno de los países a fortalecerse en distintas áreas.

El problema es que las diferencias y las fronteras vistas como fortalezas, están siendo más fuertes que el propio sentido de humanidad.

¿Qué los mueve? - e51ab8c5988b6a3d26b53a70cbd838b5013bdc50w
Foto: EFE/EPA/ALLISON DINNER