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Salieron de Honduras, pasaron por Guatemala, llegaron a México y cruzaron hasta Tabasco, de allí continuó el camino hasta Nuevo León y finalmente después de 15 días arribaron a Reynosa en el estado de Tamaulipas.

Una vida atrás, una nueva y desconocida durante el trayecto junto con sus hijos de 2 y 5 años con un desconocido que con un poco más de 10 mil dólares les prometió llevarlos hasta “el otro lado”.

Con la idea en su cabeza, que entonces otra vida comenzaría en el país norteamericano en donde su esposo les esperaba en Nashville, todo terminó cuando la detuvieron en McAllen, Texas.

Ellos y otros tantos creyeron que el nuevo presidente de Estados Unidos Joe Biden sería mucho más flexible con el tema de la regularización de madres con niños pequeños. Una especia de teléfono descompuesto, información cruzada con los deseos de dejar un país que no les ofrece nada próspero.

Una sensación como la de ver un oasis en el desierto y creer que cruzando entre la tempestad y los más altos peligros para una madre sola con un niño de dos años y una de cinco, llegaría a él y el sueño comenzaría.

Muchos fotoperiodistas, entre ellos Daniel Berehulak quien trabaja directamente para el New York Times estuvo presente en el momento desgarrador para la vida de Vilma Iris Peraza de 28 años y su hijo Eric y su hija Adriana al ser deportadas a México.

Vengan, pero no vengan - vengan-pero-no-vengan-laura-garza
En la imagen, una joven migrante con sus hijos tras ser deportados de Estados Unidos. Foto de Instagram @danielberehulak

El puente que uno a El Paso, Texas con Ciudad Juárez fue testigo de otra historia que termina mal, de los tantos migrantes que han querido cruzar y no han corrido con suerte.

El jueves pasado 149 migrantes fueron escoltados hacia Ciudad Juárez, sin que ellos supieran bien en dónde estaban. Les habían dicho que irían a un albergue, pero no sabían que en realidad su sueño estaba por derrumbarse.

“¡Nos engañaron!” se escuchaban los gritos y lamentos que sonaban como un golpe en seco ante el asfalto caliente del puente que les puso un alto y una vida opuesta a lo que pensaron que tendrían poco más de 15 días atrás.

Sin explicación, se acabó.

La ilusión de darle un mejor futuro a los niños, se terminó. Reencontrarse con su esposo, se acabó. Los ahorros también se agotaron y solo sus pocas pertenencias, pañales, dos botellas de agua y sus dos pequeños son su realidad.

Vilma luce en el piso, desconsolada, con todo lo que le queda, con lo único que tiene: sus hijos.

Ni siquiera tiene sus brazos para tomarse la cabeza y pensar qué hacer, o para limpiarse las lágrimas de desolación y desconsuelo, porque sabe que no puede soltar a sus dos hijos por ningún motivo.

¿Qué más puede seguir? ¿Cuál debería ser su reacción? Sin dinero, sin saber en dónde está, sin conocer el país, sin nada para volver hasta donde no quisiera volver jamás.

Según cuenta el relato de Berehulak, Vilma pudo hacer la llamada a su marido para comunicarle que no habían podido pasar, pero no sabemos el después, no entendemos la dinámica norteamericana de decir que sí, pero que siempre no.

El anuncio oficial ya está hecho, más claro que nunca: “no vengan”. Cientos de miles de migrantes se han quedado a la mitad, y como Vilma sin nada.

Después de haber pagado más que sus ahorros a los polleros que siguen asegurando lo imposible, todos ellos se quedan varados en un país que desconocen y a la intemperie de nuestros propios peligros.

Esta imagen es una de tantas que recordaremos de la descomunal desesperación de madres y padres que al cruzar un terreno inseguro y desconocido como nuestro país y la frontera, se topan con una barrera impenetrable hacia el país norteamericano.

El Presidente Biden comienza con contradicciones y con una política migratoria que dice “Vengan, pero no vengan”.