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Las cifras siempre son frías y no dan dimensión hasta no entender sus implicaciones.

Este 2014 se proyecta desde Estados Unidos deportar a 60 mil personas, 12 mil de las cuales serán niños. Pero el tema las cifras son peores si, según las autoridades migratorias de ese país del norte americano, las estimaciones que alrededor de son 375 mil migrantes los que están sujetos a deportación (esperan se dice, de manera suave) la deportación, de los que 41 mil son menores de edad.

Discursos más, discursos menos en la confrontación política por el tema migratorio en las esferas estadunidenses, la realidad es que cada vez se ha hecho más rígida la vigilancia en la frontera con México, al punto de que en los últimos 10 años creció en 100 por ciento el número de policías de migración. Pasó de 10 mil a 20 mil elementos. 

Esa rigidez está teniendo consecuencias en México que apenas se perciben porque las cifras macro siempre abruman o nulifican las historias personales de miles de personas.

Suena fuerte y hasta absurdo pensar que las deportaciones también es cuestión de hombría, pero es un hecho cierto en mucho hombres que al salir forzados de Estados Unidos regresan a sus pueblos con una sensación de derrota o fracaso que no sólo es una carga pesada propia sino estigma entre la gente que los rodea.

Hace algunos años, investigadores del Colegio de Michoacán se dieron a la tarea de entender el fenómeno que se está presentando recientemente. Existe la percepción de que quien se va a trabajar a Estados Unidos por fuerza es exitoso. Que se trata de personas que a pesar de todas las adversidades –y aun el abandono de sus familias- son triunfadores.

Luego entonces, migrar pareciera ser sinónimo de tener agallas, de ser un hombre en todas las dimensiones.

Por ello, lo que han encontrado los investigadores es que se está presentando en algunos pueblos de Michoacán un fenómeno que merece atención, relacionado con las deportaciones.

Hombres que se lanzaron a la aventura del sueño americano, pero que fueron deportados regresan a sus comunidades pero en vez de ser vistos como víctimas de una política rígida migratoria estadunidense son estigmatizados como fracasados o poco hombres porque no supieron enfrentar las dificultades para alcanzar el éxito que otros tantos han podido lograr.

 

Hay angustia, depresión, alcoholismo y hasta algunos casos de suicidios entre hombres que han sido deportados, dice el investigador Óscar Ariel Mojica, un joven ya Doctor especializado en estudios migratorios del Colegio de Michoacán que anticipa que hace falta profundizar en la salud emocional de los migrantes que regresan al país.

Lamenta que a pesar de haber sido expuesta esta problemática autoridades del gobierno del estado de Michoacán y municipios, parece que a nadie interesa a pesar de que se está convirtiendo en un problema serio en la medida que crezca el número de deportados.

El tema es que esas imputaciones de fracaso y falta de hombría no vienen muchas veces de la gente de los pueblos, sino de la familia misma, lo cual es más grave ya que conduce a un rompimiento mayor de los núcleos familiares.

Relata el caso de un joven que se ha tirado al abandono y al alcohol en su pueblo al sentirse humillado por su propia familia.

Otros hombres buscan regresar a Estados Unidos ante esa afrenta para mostrar que son hombres, sabedores de que el riesgo mayor es que –de acuerdo a las nuevas reglas migratorias estadunidenses- caerán por varios años en la cárcel al ser reincidentes.

Y muchos otros tratan de recobrar el arraigo en su tierra donde en ocasiones quedaron como extraños ante sus propios hijos.

Las deportaciones crecerán. Esa es la perspectiva. Regresarán miles hasta en tanto los políticos en Estados Unidos no lleguen a acuerdo. Y el problema social en México no quedará circunscrito a la falta de oportunidades de trabajo, que son necesarias, sino a mecanismo de reinserción social y familiar que hagan factible la reincorporación de los deportados.