La gente ya conoce el valor de la protesta, su eficacia, pero las manifestaciones callejeras fueron llevadas a debate para ser consideradas un delito
Si las calles hablaran darían cuenta de la historia de las libertades y las represiones de los gobiernos de México. Ahí cantaron victorias populares, gritos de dolor, se bañaron de sangre, se escucharon disparos, se atentaba con la vida de quienes protestaban.
Por mucho tiempo las manifestaciones callejeras fueron satanizadas por un sector de la clase media, que negaba la libertad de expresarse a los inconformes, misma que hemos visto ahora caminar por las calles por diferentes causas. No podemos llamarles inconformes de closet sino nuevos disidentes. Desde luego hay diferencias y motivos que surgen de ideas y hechos.
Sin embargo, por mucho tiempo caminar por las calles con pancartas y consignas significaba un reto para el gobierno, reto que los funcionarios públicos tomaban en serio, como si se tratara de un duelo a muerte y actuaban violentamente contra la gente.
Entre las diferencias, que son varias, entre pasado y presente, se encuentra que anteriormente se tomaban las calles como una última instancia, luego de haber agotado todas las posibilidades de arreglo para que se resolvieran; ahora, basta con el hecho de que un vecino no tenga agua para convocar a cerrar calles y avenidas hasta que les componen la tubería.
La gente ya conoce el valor de la protesta, su eficacia, pero también recuerda que las manifestaciones callejeras fueron llevadas a debate en años recientes en el Congreso para que fueran consideradas un delito.
El derecho a reunirse con otros para discutir sobre cualquier tema, manifestarse, protestar o hacer una petición a las autoridades está garantizado a todas las personas en nuestro país, con la única excepción de los asuntos políticos, respecto de los cuales, este derecho se reserva únicamente a los ciudadanos mexicanos.
El Artículo 9 de la Constitución Política de México establece este derecho: “No se podrá coartar el derecho de asociarse o reunirse pacíficamente con cualquier objeto lícito; pero solamente los ciudadanos de la república podrán hacerlo para tomar parte en los asuntos políticos del país. Ninguna reunión armada tiene derecho de deliberar.
No se considerará ilegal, y no podrá ser disuelta una asamblea o reunión que tenga por objeto hacer una petición o presentar una protesta por algún acto a una autoridad, si no se profieren injurias contra ésta, ni se hiciere uso de violencias o amenazas para intimidarla u obligarla a resolver en el sentido que se desee”.
Con la desbordada imaginación que caracteriza a esa parte de la clase media se lanzaron rumores muy dañinos y agresivos para las libertades, la democracia y la sociedad, como el hecho de que una niña había muerto porque no llegó a un hospital para ser atendida.
Esto resulta inexplicable porque en ese momento los medios contribuían, de manera sustancial, a condenar las manifestaciones y si hubiera ocurrido este incidente en realidad hubieran entrevistado hasta al padrino de bautismo de la menor para hacer escándalo.
En esos años, que no hace mucho, nunca daban a conocer los medios el motivo de la protesta, sólo exaltaban el caos vial y los daños económicos que hacían a la ciudadana. Les llamaban daños a terceros y no tenían piedad contra los manifestantes.
Hubo otras expresiones que intentaban cancelarle el derecho a tomar las calles como el hecho de que un órgano que trasplantaría se echó a perder por culpa de una calle cerrada por la manifestación.
Había noticieros en la televisión que calculaban la pérdida en la productividad por las manifestaciones tasada en millones de pesos por hora. Entrevistaban a empresarios y comerciantes que indignados seguían el juego a los rumores y a la cancelación de los derechos de los mexicanos, derecho del que todos gozan y utilizan con toda libertad y hasta con libertinaje.
Bienvenidas las libertades, los zapatos finos pisando el pavimento lleno de historia y protestas. Esa es la esencia de la democracia que se mostrará en unas horas con toda libertad en las urnas. Celebremos la llegada a las calles de quienes antes condenaban las protestas; ahora la expresión se amplía, se enriquece, crece y se profundiza. Los ciudadanos y ciudadanas toman una postura definida, no se limitan al voto como su única participación política. Es tiempo de definiciones.
Ejercer los derechos es dar solidez a los deberes ciudadanos. Votar es un derecho y una obligación, no votar significa colocarse una mordaza para no expresar lo que se quiere decir, lo que se necesita, y lo que por derecho corresponda cada uno de los mexicanos.
Nadie, por no ejercer su derecho deja de disfrutarlo, pero en el momento de ejercerlo surge una convicción más fuerte y una responsabilidad que repercute en la responsabilidad de gobernar también, de ser corresponsables del futuro, de moldear el destino.
Las calles no son de izquierda ni de derecha, conducen al camino de la libertad.
PEGA Y CORRE. – Alfredo del Mazo Maza, exgobernador del Estado de México, fue expulsado del PRI. La Comisión Nacional Permanente del tricolor votó de manera unánime en contra de Del Mazo, representante del grupo Atlacomulco…