La elección presidencial del 2018 sería histórica —creíamos algunos—, porque por primera vez tendríamos en la boleta a un grupo de candidatos independientes que representarían una alternativa a los partidos políticos de siempre. Qué lejos estamos hoy de esa imagen que en algún momento nos pudo ilusionar. Y es así no porque los aspirantes tengan … Continued
La elección presidencial del 2018 sería histórica —creíamos algunos—, porque por primera vez tendríamos en la boleta a un grupo de candidatos independientes que representarían una alternativa a los partidos políticos de siempre. Qué lejos estamos hoy de esa imagen que en algún momento nos pudo ilusionar.
Y es así no porque los aspirantes tengan problemas con una aplicación —más allá de que eso tenga una dosis de verdad— sino porque se han pasado las últimas dos semanas hablando más de sí mismos, de la app y del INE que de cualquier proyecto de país. Y eso es una de las causas más claras del fracaso que tienen hoy.
Porque lo cierto es que desde hace tiempo los políticos no hablan de lo que la gente habla. La agenda de la opinión pública, la que abarca los problemas del día a día, está lejos de los temas e intereses de la clase política.
Los ejemplos sobran. ¿O cuántos pronunciamientos ha visto en las últimas semanas de cualquiera de quienes sueñan con llegar a Los Pinos sobre la espiral de violencia que hoy sufre México? Yo —que me dedico a las noticias como forma de vida— no podría mencionar un caso concreto que profundice en las causas y en las soluciones.
Como tampoco identifico propuestas específicas —de Zavala, Marichuy, el Bronco, Ferriz o Ríos Piter— sobre la amenaza para la economía mexicana que representaría el fin del TLC, ni una visión clara de cómo recuperar la confianza en las instituciones ante la ola de corrupción y escándalos que ha marcado la vida política en los últimos años.
Lo que tenemos en su lugar son políticos y políticas hablando de sí mismos, de sus rivales y del INE. Esta práctica —es cierto— está en todos los partidos y es grave. Sólo que los aspirantes tradicionales no requieren del aval popular para estar en la lucha por el poder. Su lugar en la boleta ya lo tienen y lo que sigue es afinar el aparato electoral. En cambio, quienes buscan competir por la ruta independiente tienen que conseguir un respaldo.
Por eso, y aunque fuera por mero pragmatismo, los y las aspirantes independientes tendrían que revisar sus estrategias de comunicación y empezar a hablar más de las personas que quieren gobernar y menos de sus propias aspiraciones.
Porque hasta ahora todo parece tratarse de sus aspiraciones personales y no de un movimiento que pudiera transformar el país.
Hay que decirlo claro: más allá de las broncas con la captura de datos o la productividad de sus auxiliares, ninguno de quienes buscan las firmas ha logrado ilusionar masivamente con su candidatura. Y por eso, entre otras cosas, tienen tan malos números.
Atentos, a lo que pase en las siguientes semanas, pero al menos hasta ahora los aspirantes independientes a la Presidencia se comportan como los mismos políticos de siempre, y eso explica por qué enfrentan tan triste panorama.