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Lo que queda claro a estas alturas es que la Unión Europea (UE) y su moneda única son frágiles. En menos de cinco años, esa unidad ha tenido al menos dos amenazas de rompimiento. Una como consecuencia de la terrible crisis griega y la segunda por el crecimiento del egocentrismo británico.

Claro que las unidades políticas y económicas no son para siempre. No hay leyes divinas que hagan indivisibles esos acuerdos de los hombres. Las sociedades se dividen, se liquidan, se litigan y al final tiene que surgir algún sustituto.

Hoy, el Brexit ha provocado una sobrerreacción, cuando realmente se trata de un cambio que, si se concreta, quedará como algo menor al paso de los años.

Muchos de nosotros ya andábamos por ahí cuando Europa era vecino de la URSS, cuando Alemania Democrática, la República Federal Alemana, Yugoslavia o Checoslovaquia eran países con frontera, moneda y gobiernos propios.

Hay gente de la tercera edad que nació cuando existía el Imperio austrohúngaro y que padeció dos guerras mundiales cuyo teatro principal de operaciones fue el continente europeo.

Europa es una región muy dinámica, lo ha sido durante el último siglo. Tienen la virtud de haber creado recientemente una moneda única y al mismo tiempo, en pleno siglo XXI, vemos que una provincia española quiere convertirse en un país.

No hay sorpresa, pues, en que ahora se registre otro sismo de reacomodo en el terreno económico. Mejor eso que los devastadores terremotos bélicos del siglo pasado.

Lo que hacemos en estos momentos es padecer las calenturas ajenas de los mercados financieros que viven de buscar los mejores rendimientos y para ello requieren de la estabilidad y el mantenimiento del statu quo.

No serán por las razones que expone el Fondo Monetario Internacional o por lo que más convenga a la estabilidad de las monedas lo que provocará que los británicos decidan este jueves quedarse o salirse de la Unión Europea.

Pero cualquiera que sea su decisión no implicará un cambio inmediato y, si se van, seguro a todos convendrá negociar acuerdos alternativos, acotados, para no hacer de la isla otro planeta.

Es cierto que puede abrir la puerta a que otros salgan, quizá los países nórdicos se apuntarán, pero tampoco sucede nada si se ajusta un modelo para que funcione mejor. No hay mejor membresía que la voluntaria.

No hay, pues, ninguna implosión o desgracia europea en una salida de Gran Bretaña, es simplemente un paso más de ese organismo tan vivo y dinámico que es Europa.

Lo que sí deja ver tanta tensión por este tema o por el incremento que viene en las tasas de interés en Estados Unidos o por la desaceleración de China o cualquier otra cosa es que el mundo financiero sí está al borde de la explosión masiva.

Hay una inundación de capitales sedientos de rendimientos, que hoy no existen, que pueden dar forma a lo que el financiero Bill Gross llamó la futura explosión de una súper nova.

Ese nerviosismo mueve todos los mercados, los más vulnerables sufren más, por ejemplo, el peso mexicano, y con ello se alteran los desempeños económicos. Se mueven las variables que sí afectan a la mayoría de la población.

Todo eso no es culpa del Brexit y lo vamos a ver. Si los británicos se quedan veremos exuberancia en los mercados financieros en lo que eligen su siguiente gran pretexto para esconder que hay una fisura estructural en los mercados del mundo que sí amenazan con un enorme big bang.

¿La semana del 
big bang europeo? - val_int_bigbang_200616
Foto de El Economista