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La semana pasada abordamos el tema de la posible aprobación de la reforma fiscal en Estados Unidos y su impacto tanto en el crecimiento económico como en las finanzas públicas. Una de las conclusiones principales a las que llegamos es que, en el largo plazo, la reforma probablemente no genere un incremento en el PIB; sin embargo, en el corto plazo podríamos ver un impacto positivo que algunos analistas estiman en hasta medio punto porcentual de crecimiento adicional.

La segunda conclusión a la que llegamos es que la reforma fiscal seguramente generará un deterioro en las finanzas públicas, ya que la caída en la recaudación como resultado de la reducción en los impuestos no será totalmente compensado por un mayor crecimiento económico. En concreto, los especialistas estiman que el déficit podría aumentar entre 1.2 y 1.3 billones de dólares en 10 años.

Esto implica un mayor déficit público como porcentaje del PIB y también un incremento en razón de deuda pública a PIB. La economía americana se encuentra, de la mano de la economía global, en una etapa avanzada del ciclo de expansión y en su momento más robusto desde la crisis del 2008-2009.

Hay varios especialistas que anticipan un crecimiento anualizado superior a 4% durante el último trimestre de este año. Aunque este crecimiento está ligeramente distorsionado por el impacto negativo sobre la actividad económica de los huracanes Harvey e Irma en el tercer trimestre del año, queda claro que la economía americana está creciendo a un ritmo muy saludable y se encuentra prácticamente en pleno empleo.

Aunque la inflación se ha mantenido por debajo del objetivo de la Fed, la dinámica actual de crecimiento económico, los bajos niveles de desempleo y la posibilidad de estímulos fiscales podrían resultar en un sobrecalentamiento de la economía.

Esta situación podría obligar a la Fed a tomar una postura monetaria menos acomodaticia que la contemplada por el mercado hasta ahora. Aunque la Fed ha sido consistente en su mensaje de que podría subir la tasa de interés de referencia hasta en tres ocasiones durante el 2018, el mercado está descontando un escenario más acomodaticio en el que la Fed únicamente incrementa la tasa dos veces.

Esta interpretación del mercado está alimentada por la percepción de que la ausencia de inflación es un tema estructural que evitará un repunte a pesar de que la tasa de desempleo podría bajar a mínimos históricos.

Aunque este argumento tiene ciertos méritos, hay que reconocer que la situación en el mercado laboral —donde los salarios reales han comenzado a crecer a un mejor ritmo— en combinación con el alza en los precios del petróleo podría generar cierta presión en las cifras de inflación para llevarlas, por primera vez en años, a la parte alta del objetivo de inflación de la Fed.

Esta situación, aunada a la reconfiguración del Comité de Mercado Abierto de la Fed, incrementa la incertidumbre sobre la política monetaria.

Hace unos días, la correduría Goldman Sachs publicó una nota en la que anticipa hasta cuatro posibles alzas en la tasa de referencia por parte de la Fed en el 2018. Aunque dicho pronóstico está fuera del consenso de mercado, las razones expuestas en los párrafos anteriores incrementan la probabilidad de un escenario parecido al expuesto por Goldman Sachs.

De cumplirse este pronóstico, la tasa de interés de referencia podría subir de 1.25% actualmente, a 1.5% al cierre del 2017 y a 2.5% al cierre del 2018. Entre otras cosas, esta situación presionaría el tipo de cambio y modificaría de manera importante las expectativas de mercado sobre el rumbo de la tasa de referencia en México.