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La rebelión de los pueblos de Morelos no fue una rebelión indígena, aunque muchos indígenas de los pueblos acudieran a la rebelión, dice John Womack, en el notable prólogo a la nueva edición de Zapata y la Revolución mexicana, publicada por el Fondo de Cultura Económica.

Si hubiera sido solo una rebelión indígena, dice Womack, la revuelta zapatista no habría podido dar el salto hacia la arena nacional.

Habría sido la historia de 60 o 100 revueltas,  encendidas y apagadas en su propia llama local, como tantas otras rebeliones indígenas de los siglos XVIII y XIX.

Lo que hizo que esas revueltas salieran de sus fronteras locales y se generalizaran, sigue Womack, no fue el afluente indígena, sino el africano. Cito:

Desde los cimarrones, emigrantes y refugiados que salieron de los valles de Cuautla, Yautepec y Tetecala para hacerse de un lugar a lo largo del Balsas, hasta los pintos de la Costa Grande que siguieron al mulato José María Morelos y luego al mulato Vicente Guerrero durante la guerra de Independencia, y más adelante a Juan Álvarez en contra de los hacendados azucareros de Morelos, y luego los vengadores de Chiconcuac San Vicente en 1856, pasando por sus nietos, hasta llegar a las fuerzas revolucionarias de Tlaltizapán y Tlaquiltenango en 1911, todos estos mestizo-mulato-moreno-pardo-chino-zam- bahigo-zambo-cafres fueron el auténtico núcleo y la fuerza viva de la desafiante, expansiva y explosiva rebeldía específicamente sureña.

Womack arriesga una compleja disquisición conceptual sobre la enajenación y la esclavitud de las plantaciones del sur en su mezcla con los pueblos vecinos, y una conmovedora reflexión sobre el esclavo como aquel que es nada y no está atado a nada, salvo a su decisión interior de decidir en quién confía, con quién se reconoce igual en su mundo sin derechos ni nombre ni lugar ni arraigo.

Lo explosivo es la mezcla del esclavo libre de la plantación, que no es nadie ni tiene lugar propio, con los pueblos indígenas vecinos, sujetos de derechos coloniales sobre un territorio preciso: montes, tierras, aguas. Se mezclan ahí el desarraigo y el arraigo, la tradición y la libertad.

Esta mezcla es la que hace potente y expansiva la revuelta agraria de Morelos. Y lo que la hace universal: porque pelear por las tierra en todas partes, no solo en el propio pueblo, es pelear por el derecho universal a la tierra: a estar en la tierra.

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