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La nueva vieja izquierda europea tiene un aire retro, como lo tiene la latinoamericana en los lugares donde gobierna.

Se diría que ofrece respuestas del pasado a problemas nuevos, o a problemas viejos que las recetas del neoliberalismo, o del “social liberalismo”, no han podido resolver, o han resuelto de manera socialmente lesiva para amplios contingentes de ciudadanos, reduciéndole garantías, ingreso, empleo, subsidios, nivel de vida, certidumbre en el presente y confianza en el futuro para ellos y sus hijos.

El foco del malestar han sido las políticas de austeridad en países a los que la crisis económica de 2008 de por sí les había estrechado el crecimiento y el empleo, potenciando déficits públicos y privados que es imposible remediar sin serios ajustes a la economía, empezando por el gasto público.

No hay exageración en decir que la crisis global de última generación se engendra en la avaricia exuberante de Wall Street y se paga en el nivel de vida de todos los países. No son los ricos que la crearon quienes pagan la deuda que quedó.

Globalmente, los ricos no han dejado de hacerse  más ricos y de generar mayores desigualdades, incluso entre sus filas, sin que nada salga al paso de esta aberración civilizatoria.

La izquierda europea alternativa, la que se propaga en Grecia, España y ahora en Gran Bretaña, carece de respuestas nuevas a las del consenso neoliberal/social liberal.

La historia ha diluido sus tres espacios de identidad y acción: los sindicatos, los partidos y los estados nacionales.

Pese a su rica tradición internacionalista, la nueva vieja izquierda está incómoda con las camisas de fuerza de la globalización, con el cambio tecnológico, con la desindustrialización del trabajo, y con la debilidad de los estados nacionales.

En lo que no parece estarse equivocando es en oír las olas de indignación ciudadana que crean las políticas globales de austeridad y ajuste hacia abajo.

Las respuestas alternativas de esta izquierda suenan viejas, inviables, o han sido probadas como de efectos catastróficos. Pero la sensibilidad de la vieja nueva izquierda a la queja, también global, de los ciudadanos es creativa y fresca. En su sintonía con la indignación de sus sociedades hay una mirada certera y un discurso libre, separado de ataduras del consenso neoliberal y social liberal que gobierna el mundo.

Eso en Europa. ¿Y aquí?

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