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México es un país emergente, con grado de inversión, con altos rendimientos reales en sus bonos gubernamentales, pero, al mismo tiempo, con una de las divisas con más alta especulación en el mundo.

Este país mantiene una tasa de interés real que da un descomunal premio a los que ahorran en pesos. Un muy elevado costo del dinero que está atorado en el laberinto de tener que bajar las tasas de interés sin causar mayores estragos inflacionarios en el proceso.

No es objetivo de la política monetaria influir en el nivel del tipo de cambio, pero es evidente que un país que mantiene grado de inversión, que goza de una moneda de enorme liquidez 24/7 y que da rendimientos reales tan altos, invita a la compra de pesos mexicanos.

Lo vimos en otros tiempos del Banco de México y es una hipótesis difícil de comprobar, pero es muy probable que un liderazgo más sólido y con un mejor discurso desde la cabeza del banco central hubiera implicado una menor necesidad de elevar tanto la tasa de interés.

Es un hecho que las presiones inflacionarias globales se tenían que combatir con total intransigencia por parte de los bancos centrales.

México tuvo el acierto de iniciar ese proceso antes que Estados Unidos, más a la par de Brasil, por ejemplo, que es un competidor directo entre los emergentes. La Reserva Federal apretó rápido el paso, pero el Banxico de plano se echó a correr hasta la histórica tasa de 11.25 por ciento.

Hasta el año pasado, México era un país con responsabilidad fiscal, con focos amarillos por la conducción política de tintes autocráticos, pero confiable.

El punto es que la apreciación cambiaria llamó la atención de los operadores del mercado de divisas para hacer buenos negocios con un movimiento brusco de la moneda.

La ganancia ya no estaba, pues, en obtener rendimientos altos con los bonos del gobierno, porque la salida de capitales externos de los instrumentos gubernamentales supera los 13,000 millones de pesos, sino apostarle al juego del movimiento cambiario.

El cálculo de los expertos en Forex es que ocho de cada 10 operaciones relacionadas con el peso mexicano tienen que ver con transacciones especulativas.

Al final, no hay pecado en ello, se compran y se venden acciones o futuros en un afán de obtener con ello ganancias en los mercados, esa es su naturaleza.

Pero, cuando un mercado como el del peso mexicano, está dominado por esos impulsos, puede acabar por afectar mucho más que un precio de cambio de una divisa, puede afectar toda una economía.

En 10 días la relación peso-dólar pasó de niveles de 16.26 a los 18.30. Alguien seguramente hizo un muy buen negocio, si entró y salió dentro de esos márgenes de cambio, pero una mayoría se queda nerviosa con la posibilidad de estar atrapado en una depreciación pronunciada.

En tiempos de aguas tranquilas, México era un oasis de buenos rendimientos con puerta ancha y un gobierno medianamente responsable.

Pero en momentos tan turbulentos como este, con un gobierno fiscalmente imprudente y con un pulso más autoritario, el país paga las consecuencias de tirar tanta miel con las tasas de interés y atraer a tantas abejas, para no decir moscas, al mercado cambiario.