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Mañana se cumplen 10 años de dos tragedias, una humana y la otra financiera. La primera es la conmemoración de una década del atentado terrorista en la plaza principal de Morelia, Michoacán donde gente inocente murió a manos del crimen organizado (no es posible dejar pasar el recuerdo de esos actos de barbarie en nuestro país).

Y la segunda conmemoración son los 10 años de la mayor quiebra de un banco en Estados Unidos. El 15 de septiembre del 2008 el banco de inversión Lehman Brothers sufrió las consecuencias de la decisión de Washington de poner fin a los rescates financieros que ya venía implementando.

Esa quiebra desató el pánico que terminó por implicar cientos de miles de millones de recursos públicos en rescates de todo tipo para evitar el colapso económico mundial.

La ociosidad de los analistas ha llenado miles de páginas con explicaciones de qué se debió haber hecho para evitar que la economía estadounidense llegara hasta ese punto. Pero todo es letra muerta cuando se trata de la avaricia de los mercados, su corta memoria y su reincidencia en vicios que deberían estar superados.

Desde las cúpulas del poder económico y político, Estados Unidos se ve como un mercado totalmente recuperado. Los índices bursátiles han cuadruplicado su tamaño desde los peores días de la Gran Recesión y están de vuelta las operaciones de alto riesgo financiero, ya no con hipotecas sino con préstamos empresariales.

Y mientras Wall Street está de fiesta, hay muchos estadounidenses que, 10 años después, no se han recuperado del todo de la gran crisis. Es cierto que la economía de ese país está cerca de niveles de pleno empleo, pero la calidad de las plazas laborales se ha deteriorado.

Recién el año pasado se dio la vuelta la tasa de posesión de inmuebles de los estadounidenses, después de 10 años de caída.

Casi 35 millones de consumidores obtuvieron un registro negativo en los burós de crédito comerciales o incluso fiscales, esto entre el 2004 y el 2015.

Hoy millones de estadounidenses no serán capaces de obtener ningún tipo de crédito el resto de sus vidas.

Y mientras algunos no serán capaces de olvidar nunca esa crisis, para otros en la cúspide, la regulación ganada tras la gran recesión empieza a estorbar.

Durante el 2010, Barack Obama promulgó nuevas regulaciones financieras (Dodd-Frank Act) que ciertamente metieron freno a muchas prácticas comunes y suicidas del sistema financiero, pero que dejaron descuidados otros aspectos, como la transparencia.

Hace 10 años la burbuja se infló con los enormes montos de deudas hipotecarias de alto riesgo.

Hoy el peligro del tamaño de un elefante que nadie quiere ver son los brutales niveles de endeudamiento de las empresas.

Esa deuda corporativa que creció sin control en los tiempos del dinero barato es altamente susceptible a una variación repentina en el costo del dinero.

Y quién sabe si Estados Unidos pudiera resistir otro megaplan de rescate como el implementado hace una década. La tolerancia social se ha desgastado tanto que podría no ser tan dócil ante otra crisis.

Estados Unidos no es hoy más seguro en materia financiera que hace 10 años. Las lecciones de la gran recesión fueron limitadas y hoy el ciclo expansivo de la economía es lo que sostiene la estabilidad de los mercados.