Prestar atención a lo que dicen unos ojos, manos, gestos y posiciones corporales es una manera de leer al otro, aunque sus palabras digan lo contrario
Existe un lenguaje universal, aquel que habla el cuerpo. Los humanos somos los seres más inteligentes del reino animal y —a pesar de hablar diversas lenguas— conseguimos comunicarnos con señas, miradas y posiciones corporales. También sabemos entendernos con otros animales, basta observarlos para aprender de ellos y conocerlos. Hace una semana viajé en un vehículo descubierto y cruzó frente a nosotros una horda de elefantes, con solo ver la actitud de esos majestuosos paquidermos supe que no estaban cómodos: nos miraron y levantaron las orejas amedrentándonos. A Ruel, el sudafricano que manejaba el vehículo —y que sabe mucho de animales— se le puso de frente un elefante de unos cinco años, le lanzó un barrito y una mirada intimidatoria, supimos que el animal venía directamente a la carga. Ruel, quien mide casi dos metros, se puso de pie, abrió sus brazos lo más amplio que pudo y miró al elefante de manera desafiante, el cuadrúpedo dio tres pasos atrás y dejó de amenazarnos.
El lenguaje corporal son guiños, conscientes o inconscientes, que informan acerca de nuestros estados emocionales, intenciones y gustos o inquietudes. Incluso los niños son unos maestros para entender el lenguaje corporal mucho antes que el verbal: miran sin pudor, tocan y entienden de manera instintiva. En una conversación, mostramos interés si hacemos contacto visual, asentimos o nos inclinamos un poco hacia el frente, en cambio, si nos cruzamos de piernas y manos y echamos el cuerpo hacia atrás, indicamos incomodidad o autodefensa.
El discurso cinematográfico está embebido de lenguaje corporal, ¿cuánto dicen las miradas entre Anne y Georges en Amor, de Michael Haneke? ¿Cuánto terror pueden provocarnos los gestos de Jack Torrance en El resplandor?
Encontrar el lenguaje corporal en la literatura es acudir a descripciones que inciten a mirar lo que estamos leyendo, un gurú de dicho recurso es Marcel Proust en su novela En busca del tiempo perdido. Incluso va más allá de mirar, los signos corporales en la obra de Proust actúan como un principio en su dinámica narrativa. Liza Gabaston, en su Le langage du corps dans A la recherche du temps perdu de Marcel Proust lo define como “el ensamble de mímicas, sonrisas, miradas y entonaciones”.
“Sobre la mesa estaba la fuente con mazapanes, como de costumbre; mi tío tenía la chaqueta de todos los días, pero, frente a él, con un vestido de seda rosa y un gran collar de perlas en el cuello,
estaba sentada una joven terminando de comer una mandarina. La incertidumbre en que yo me hallaba acerca de si había que decirle señora o señorita me hizo ruborizar y, sin atreverme a volver los ojos hacia ella, por miedo de tener que hablarle, fui a besar a mi tío. Ella me miró sonriendo.” (Proust).
Prestar atención a lo que dicen unos ojos, manos, gestos y posiciones corporales es una manera de leer al otro, aunque sus palabras digan lo contrario.
¿Quién no ha sentido lava, en vez de sangre, debido a una mirada bien puesta?