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Esa mañana dudó si transportarse en el Mercedes Benz o en el BMW, sus dos autos favoritos. De vez en cuando usa un Chrysler C300 de lujo, pero modesto comparado con los otros de su colección; éste sólo lo usa para trasladarse a eventos donde sabe que lo va a recibir “la perrada”: obreros acarreados de los sindicatos afiliados a la Confederación de Trabajadores de México (CTM) de la que es el máximo dirigente desde el 2005 -llegó al cargo a la temprana edad de 78 años. Se decidió por el Mercedes, le ordenó al chofer llevarlo a su oficina y mientras recorría el trayecto entre el Pedregal de San Ángel, donde se ubica su lujosa residencia, hasta la calle de Vallarta, hizo el ejercicio que le había recomendado su geriatra: “Para potenciar su memoria y prevenir el Alzheimer, trate de recordar cosas de su pasado, señor Gamboa Pascoe”.

Así lo hacía cada vez que podía, procurando desechar los recuerdos negativos como cuando mandó a sus golpeadores de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal a reprimir a los sindicalistas de la corriente democrática de Rafael Galván hasta acabar con ellos por órdenes de Fidel Velázquez y en apoyo a su antecesor en la CTM, Leonardo Rodríguez Alcaine, alias La Güera, alias Periquín y alias El cuñado de los reporteros.

También desviaba la memoria cuando ésta se plantaba en la época en la que siendo presidente de la Gran Comisión del Senado, 1982, de regreso de una reunión interparlamentaria en Estados Unidos, quiso pasar de contrabando joyas, televisores, videocaseteras, hornos de microondas y hasta un refrigerador. El cargamento de fayuca fue detectado por agentes aduanales del Aeropuerto Benito Juárez, lo que suscitó un escándalo muy productivo para los trabajadores (del dibujo: los caricaturistas de los periódicos que no se dieron abasto con el legislador fayuquero).

Otro recuerdo molesto que despejaba en cuanto se presentaba era aquel de cuando fue candidato a Senador por el PRI en 1988 y fue derrotado por Porfirio Muñoz Ledo, del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional.

La más reciente de sus remembranzas, que en cuanto se asoma la rechaza, es cuando el presidente Peña Nieto visitó la CTM: el vetusto cacique sindical en su discurso de bienvenida lo llamó el presidente “De la Peña”. Quería quedar bien con el mexiquense y quedó como pendejo.

Prefería recordar sus éxitos, como las tres veces que fue diputado, sus infinitas ganancias económicas logradas por la firma de contratos donde los patrones fueron favorecidos y su millonaria gestión como empresario de la construcción, gracias al tráfico de influencias con el Infonavit. Con satisfacción rememora su título de abogado que le impide identificarse con los mugrosos obreros; se siente pleno cuando evoca su guardarropa de las mejores marcas; su inclinación a usar relojes como el que ese día llevaba puesto en la muñeca derecha, también por recomendaciones de su geriatra para prevenir el Alzheimer, valuado en 70,000 dólares.

En fin, recordando viejos y recientes tiempos, como cuando le dijo a la reportera que lo entrevistaba: “¿Qué, porque los trabajadores están jodidos yo también debo estarlo?, llegó a la sede de la SeTeMe, también llamada la Confederación de Charros Unidos, para chingar a obreros y trabajadores.

Bajó de su auto -sin más ayuda que la de su chófer y la de una rampa eléctrica- lo recibió Hugo Díaz, líder del sindicato automotriz de Chrysler de México. Don Joaquín, le dijo con el don por delante como si fuera el amo de una hacienda porfiriana; así lo llaman con más sumisión por el cargo que ostenta que respeto por la edad que trata de ocultar con afeites, cosméticos y cirugías, los lamehuevos líderes de los sindicatos afiliados a la Confederación que el sujeto de este relato usufructúa. “Señor mi sindicato quiere hacerle un homenaje en vida -expresa el lambiscón Díaz. Obviamente que por iniciativa de su servidor queremos hacer su figura en bronce como las que tenemos de don Fidel y de don Leonardo en el vestíbulo del edificio de nuestra gloriosa agrupación”.

-¿Se refiere usted a los bustos de ellos?

-Así es don Joaquín.

-De ninguna manera lo voy a permitir.

-Pero usted lo merece.

-Claro que lo merezco. Pero yo no quiero busto. Yo quiero mi figura de cuerpo entero.

-Así se hará, mi señor.

-Y quiero estar solo.

-Me retiro, don Joaquín.

-No, pendejo. Quiero estar solo en el vestíbulo. Llévense los bustos de don Fidel y de La Güera al auditorio Amilpa.

El pasado martes 24 de febrero fue develada, como si viviéramos en una aberrante dictadura, la estatua de 2 metros 70 centímetros de altura, que costó 470,000 pesos, con la imagen del corrupto, cínico y obsoleto cacique sindical que con hechos como éste sólo perjudica al sedicente nuevo PRI.

Tal vez sólo sea mi percepción, pero siento vergüenza de que en mi país sucedan afrentas públicas como ésta que escribí, a la que le pongo el punto final.

Nota: Para este relato recurrí al libro “Los amos de la mafia sindical” de Francisco Cruz Jiménez y a mi imaginación.

Tuiteo

Lo agarraron porque el día de su cumpleaños, sus amigos le llevaron un pastel y le cantaron: Despierta, Tuta, despierta…