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La implacable crisis política y moral del otoño está marcando también la derrota del proyecto de la administración peñanietista para que los medios dejaran de informar sobre violencia e inseguridad.

Con una endeble argumentación, que parecía más cercana al pensamiento mágico, el flamante gobierno recalcaba que el silencio mediático ayudaría a reducir la criminalidad. En realidad, el objetivo era presionar para bajar los decibeles y afirmar que México estaba cada vez menos mal en ejecuciones, secuestros, extorsiones, asaltos, robos, tragedias cotidianas. Propaganda, pues, apuntalada por el discurso de la coordinación y la inteligencia para aminorar a los criminales.

Quedará para el análisis sosegado cómo una mayoría de medios (incluidos algunos que habían sido muy duros con Peña Nieto gobernador, candidato del PRI) se plegó en 2013 y parte de 2014 a esta línea que salía de Los Pinos y Bucareli. Abordar el tema de la violencia se convirtió en un reto temerario al régimen que, por decir, encarceló en un chasquido a Elba Esther Gordillo.

La violencia no desapareció, triste, obviamente. México siguió siendo una carnicería. Bastaba prestar un poco de oído a los múltiples testimonios que se expandían en Michoacán, Guerrero, Morelos, Estado de México, Distrito Federal, Veracruz, Tamaulipas, Coahuila, Nayarit, en fin.

Hoy que apenas se cumple el segundo año de gobierno, supongo que nadie persistirá en relanzar un proyecto de censura para negar que hay cuentas que pedir, muertos que contar.

En medio de la desgracia, es una buena noticia. Al menos para el periodismo.