Elecciones 2024
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En el periodo que llevo radicando en este planeta han gobernado la Iglesia católica ocho pontífices: Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco -no sé si es correcto ponerle el ordinal primero o basta con el simple nombre.

De éstos ocho vicarios de Cristo, de cuyas vidas, obras y declaraciones me he enterado en directo, ha sido Francisco el que me ha parecido más comunicativo, más atrevido en el hablar a propósito de cualquier tema. En la antípoda de su antecesor, el emérito y hermético Benedicto XVI, que cuando no parecía que le dolía una muela se veía de mal humor, se sienta en el trono de San Pedro un simpático jesuita argentino carismático y expresivo, que en el lapso de un año ya se ganó el título de la lengua más rápida de Europa.

El pasado sábado, el pontífice se metió en la boca del lobo. Visitó Scampia, el barrio napolitano donde la Camorra -grupos de mafiosos- impone su ley desde hace muchos años. En su alocución, el papa defendió a los trabajadores migrantes y declaró enfáticamente: “¡La corrupción apesta, la sociedad corrupta apesta y un cristiano que hace entrar dentro de sí la corrupción también apesta!”.

Los maravillosos olores de la vida

Así se llama un cuento de Paco Ignacio Taibo II que me inspiró la mal pergeñada narración que con modestia ofrezco a los lectores:

La primera vez que surgió la fetidez fue la noche de coronación de Araceli I, reina de las fiestas de Bajío de la Luz. Nicanor Rentería, gobernador del estado, al coronar la testa de la agraciada joven percibió un aroma a podrido. No puede ser que una jovencita tan hermosa -pensó- huela tan mal. Luego se cercioró que no era Araceli, el olor a podredumbre provenía de su cuerpo y se percibía con mayor fuerza en sus manos.

El gobernador dejó a la reina en su trono y él, tan acostumbrado a meter las manos en los bolsillos ajenos, metió las suyas en los de su pantalón, pensando que con eso el hedor disminuiría. Llegó al presídium donde doña Encarnación, su esposa, esnifaba su alrededor mientras rociaba perfume. Ya advertiste -cuchicheó Nicanor- que estoy despidiendo un mal olor. Más bien siento -explicó la mujer- que la pestilencia viene de mí. ¿De tus manos? No sé si de mis manos, de mis axilas, de mis pies o de mis nalgas. Pero la hediondez es insoportable –reveló la presidenta del Patronato de Desayunos Escolares sin Leche y dueña de los Quesos Chonita.

La nueva reina, que lo era porque se había acostado con el presidente del Comité Organizador de la Feria, averiguaba discretamente si la fetidez que captaba provenía de su axila, ya que con el brazo derecho en alto saludaba con el clásico “largo, largo; corto, corto”.

Fueron pocos los que se pararon a bailar. La mayoría de los abajeños, sobre todo los de mejor posición en la escala social, se dieron cita en los baños en demanda de los lavamanos. Ahí estaban disimulando la fetidez que captaban de sus propios cuerpos, haciendo fila para usar los ocupados lavamanos, el secretario de Obras, el tesorero estatal y el señor obispo.

Después de estudios realizados por científicos traídos expresamente del extranjero, se llegó a saber dos cosas: Primera, el putrefacto olor sólo es perceptible por la persona que lo emana. Y segunda, la intensidad del pútrido aroma es proporcional al grado de corrupción alcanzado por el sujeto apestoso.

Una vez que se supo lo anterior, todos los políticos de la entidad se reunieron para remediar la situación. No faltó el ingenuo que propuso que la única forma de no irradiar el desagradable tufo era erradicando la corrupción. El abucheo fue monumental. Lo menos que se le dijo al de la idea fue pendejo. Ahí mismo, la dirigencia de su partido le hizo un juicio sumario de emergencia y fue expulsado porque al emitir su opinión a nombre y en representación de su instituto político hizo mal uso de la marca, lo que se consideró abuso de confianza.

Finalmente, el líder del Sindicato de Empleados de Farmacia -no confundir con los farmacodependientes- dijo que cuando él descubrió los primeros síntomas de malos olores se le ocurrió usar un inhalador de un antiguo medicamento fabricado a base de alcanfor, mentol y eucalipto para descongestionar la nariz y que oliéndolo había podido resistir sus fétidos efluvios. Sacó uno que traía consigo y demostró que con él en la mano y cerca de la nariz es posible hablar y hasta comer evitando la pestilencia. Dijo, también, que había comprado la patente del artefacto y que era el único fabricante en Bajío de la Luz. ¿Que cuántos van a querer? Y empezó a levantar pedidos.

Ahora todos los corruptos traen consigo su inhalador. Pero ha surgido un problema. El artilugio de marras exige traerlo en una mano. Con una mano ocupada resulta difícil aplaudir. El dilema para los legisladores, líderes del sector empresarial, banqueros y políticos en general es ¿qué hacer en una reunión a la que llega el señor gobernador? ¿No aplaudir aunque éste se moleste o guardar los inhaladores para aplaudir sin importar que huela a mierda?

Tuiteo

@manuelrajenjo

Si Peña Nieto y Angélica Rivera no quieren que se siga hablando de la Casa Blanca que la pinten de rojo.