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Hay un círculo vicioso en el que un mal dato implica consecuencias para otros indicadores.

Siempre lo más cercano será lo más importante para nosotros, pero en este mundo convulsionado y global no hay duda de que China, el petróleo, la Reserva Federal o el Deutsche Bank son muy familiares y cercanos a nuestra propia realidad económica.

Y el mundo digital se encarga además de hacer inmediato el efecto en todo el planeta sin importar ya los horarios de mercado de antaño.

Es por eso que, además de nuestros propios factores internos, hay que buscar en esa vorágine externa por qué tenemos que ser mudos testigos de cómo los dólares van en un camino imparable a los 20 pesos.

Hay un ambiente generalizado de precaución, que llega a tener tintes de pánico, que han provocado enormes flujos de recursos hacia aquellos instrumentos que los inversionistas consideran como las mejores trincheras en estos tiempos de turbulencia.

Hay un círculo vicioso donde un mal dato implica consecuencias para otros indicadores.

Así, por ejemplo, la baja en la actividad económica de China implica una presión adicional para los precios bajos del petróleo, lo que a su vez afecta a las empresas y países productores que comprometen al mismo tiempo su solvencia frente a sus acreedores, que reportan malos resultados a sus accionistas .

Lo que dijo el miércoles y jueves pasados la presidenta de la Fed, Janet Yellen, respecto del desempeño económico y financiero global y de su propio país tiene peso porque a pesar de que lo dicho por ella es evidente, viene desde la cabeza del banco central más poderoso del mundo y que decidió emprender en diciembre pasado un cambio en su política monetaria en un camino hacia la restricción.

La fotografía de ayer es muy significativa del ánimo financiero. Las bolsas europeas se derrumbaron, con un marcado castigo a las acciones de los bancos. El riesgo país de las naciones más débiles del bloque, como España o Grecia, subieron, mientras que el rendimiento de los bonos alemanes se derrumbaba.

Ahí están las evidencias del círculo vicioso en el que los bancos tienen problemas con sus carteras ante la crisis que viven muchos de sus acreditados. Una crisis bancaria es el más evidente traspaso de una inestabilidad financiera hacia el resto de la economía.

¡Cómo olvidar que el emblema, la bandera de salida, para la gran recesión mundial del 2008 fue la quiebra de Lehman Brothers en Estados Unidos!

Los precios del oro continuaron con su incremento, por su carácter de escudo anticrisis, y la presión financiera hacia los mercados emergentes sigue sin piedad.

Una de las mejores defensas que podemos tener en este momento desde la trinchera es tratar de tapiar lo mejor posible la economía. Los recortes al gasto y la responsabilidad fiscal son mejores armas que salir con la metralleta de las reservas internacionales a tratar de satisfacer a un mercado en pánico o bien premiar con mayores tasas a los que buscan pescar en el río revuelto.

Pero otra buena manera de defenderse de lo que ocurre es ir en sentido contrario de la máxima de las abuelitas que juraban que mal de muchos es consuelo de tontos.

Ubicar la turbulencia, la aversión al riesgo y sus consecuencias como un asunto global nos debería permitir al menos una mejor repartición de las responsabilidades para no calentar innecesariamente los ánimos sociales locales que nos provoquen nuestra propia crisis.