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Después de la crisis de 1995 se popularizó entre los dirigentes del sector empresarial mexicano la idea de promover un plan de gobierno que trascendiera el breve espacio sexenal y se tuvieran metas de largo plazo para el país.

Durante los años finales del siglo pasado se estableció, por ejemplo, una meta inflacionaria de largo alcance y se pensó en reformas estructurales que permitieran un desarrollo digital, mayor productividad, mayor competencia energética, en fin. Había la idea de pensar en un desarrollo generacional.

En esos años se pensó en metas a dos décadas y surgió el juego de palabras de tener un plan de visión 20/20. En el entendido de que, para el 2020, México habría logrado esos niveles de desarrollo económico y una productividad que elevaran las tasas de crecimiento y reparto de la riqueza.

La visión 20/20 es un estándar de los optometristas para calificar una vista normal, nada extraordinario, pero sin limitaciones.

Aquel intento de tener una visión de largo plazo para el país permitió algunos avances institucionales que al final dieron como resultado dos décadas de estabilidad financiera, después de las crisis continuas durante más de 30 años.

Sin embargo, en general se incumplieron muchas de las expectativas de finales de los 90 respecto al México que se deseaba tener en este 2020.

México es una potencia exportadora, pero con altos índices de pobreza. Hay una integración digital con el resto del mundo, pero no llega a todos los habitantes. El mercado energético entró tarde a la competencia global y aquí viene lo peor: ya no tenemos una visión de largo plazo para el país.

Es un hecho que la llamada Cuarta Transformación tiene el claro objetivo de destruir mucho de lo que construyeron los gobiernos anteriores, todos muy similares desde principios de los 90 y hasta el sexenio pasado. Pero no hay el planteamiento de qué es lo que se quiere construir cuando ya no se deje piedra sobre piedra.

En materia de crecimiento, por ejemplo, este gobierno empezó con una intención sexenal: crecer 4% al año y 6% en el 2024. Un buen deseo que no se respaldó en un plan para conseguirlo y que hoy sólo se limita a la meta de tratar de superar 0% de crecimiento del año pasado. El Plan Nacional de Desarrollo de la 4T es hoy letra muerta en materia económica.

La creación de infraestructura, que es la base para cualquier plan de crecimiento, es una gran ausente. Un tren turístico inviable, un aeropuerto mal pensado y lejano de sus clientes, una refinería innecesaria en un pantano. No hay más.

El gasto social no se destina a la creación de riqueza entre la población, se dilapida en dádivas en efectivo que crean electores dependientes, pero no una base de desarrollo.

Hace 25 años al menos se soñó con un plan 20/20 para el México del 2020. No todo funcionó. Hoy estamos a la expectativa de que este año no sea peor que el anterior. Más adelante no hay más que incertidumbre.