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Los más afectados con las revisiones de cada cinco años serían las empresas de Estados Unidos, como son armadoras automotrices y empresas de servicios.

Los divorcios incausados en la Ciudad de México aumentaron las separaciones de las parejas casadas en 75% porque simplemente es suficiente que una de las dos partes ya no quiera estar bajo ese contrato matrimonial.

Algunas de esas mentes “progresistas” han propuesto que los matrimonios tengan ahora una caducidad de dos años y que la pareja que quiera seguir casada tenga que pagar un refrendo.

Puede ser que para esa relación humana institucionalizada en la figura del matrimonio no sea mala idea tener puertas de salida, porque la gente cambia, pero en una relación comercial lo que cuenta es la certidumbre de las inversiones.

La iniciativa estadounidense de incluir una cláusula de renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) para que cada cinco años los socios replanteen las reglas del juego es algo que no puede ser positivo para las inversiones que se planean con horizontes de largo plazo.

El gobierno de Estados Unidos cree que proponer este refrendo quinquenal debería ser tomado como una muestra de buena voluntad del gobierno de Donald Trump para mantener el acuerdo por ahora.

Pero la realidad es que si la delegación estadounidense llega con esta propuesta a la tercera ronda de negociaciones del próximo fin de semana, no sólo se encontrarán con la negativa mexicana y canadiense, sino que podrían encontrarse con dos naciones que creen que los matrimonios comerciales no sirven para tener esas puertas fáciles de salida del divorcio comercial incausado.

Claro que Estados Unidos, como cualquiera de los tres firmantes del TLCAN, tiene la prerrogativa de salirse cuando quiera y sin más explicaciones, pero limitar el matrimonio comercial a sólo cinco años y esperar a que las partes involucradas se tengan que reconquistar no es algo válido para el mundo de las certezas empresariales.

Y paradójicamente los más afectados con ese acuerdo con caducidad que propone el gobierno de Donald Trump son las empresas estadounidenses.

Parte de lo que no entiende el presidente de Estados Unidos de la naturaleza de los déficits comerciales es que su país exporta grandes cantidades de capital de inversión que permite regresar a su sistema financiero carretadas de dividendos.

Y son esos grupos financieros, armadoras automotrices, empresas de servicios y demás las que hoy escuchan con preocupación que la protección que les brinda el TLCAN podría terminarse dentro de cinco años.

Y ya instalados en la paranoia, calculan que en un lustro este país podría estar instalado en el peor de los populismos destructores de la izquierda, y que su único escudo protector sería el acuerdo comercial caduco.

Las perspectivas de inversión de muchas de esas empresas se miden en décadas, y perder esa certidumbre las haría desistir de sus planes.

Por supuesto que Trump entiende de perspectivas de inversión de largo plazo, más cuando su negocio es la industria inmobiliaria y ahí lo que vale son los largos plazos.

Justo por eso parece buscar desincentivar a los capitales de su país a salir de sus fronteras.

Modernizar con frecuencia un acuerdo comercial no significa el operar a corazón abierto todo el acuerdo con frecuencia, con todos los riesgos que eso implica.

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