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Durante la década del 2010-2020 la inflación brilló por su ausencia a pesar de una vorágine de estímulos monetarios sin precedentes hasta ese entonces. La ausencia de inflación desafió las advertencias de muchos especialistas que anticipaban un repunte de precios como consecuencia de un entorno monetario de tasas de interés en cero y de un inusitado aumento en la cantidad de dinero en circulación por parte de los principales bancos centrales del mundo.

La pregunta para esa década fue: ¿en dónde quedaron las presiones inflacionarias que normalmente se dan como consecuencia de una expansión monetaria de gran magnitud? Mientras que la pregunta para la actualidad es: ¿Qué cambió con respecto a la década anterior para que ahora si se susciten presiones inflacionarias?

El mecanismo de libro de texto nos dice que si un helicóptero (una metáfora para los bancos centrales) se dedicara a arrojar el dinero recientemente fabricado (una metáfora para las inyecciones de liquidez), los agentes económicos tendrían más recursos disponibles y aumentarían su gasto de consumo e inversión.

Estos aumentos provocarían un incremento en la demanda agregada de bienes y servicios lo cual inevitablemente causaría un incremento en los precios de dichos bienes y servicios en lo que la oferta se ajusta. Sin embargo, este mecanismo de libro de texto incorpora una variable adicional que es fundamental para entender la diferencia entra la década pasada y la actualidad. Esta variable es la velocidad de circulación del dinero en la economía. A manera de ejemplo ilustrativo, consideremos por un momento un caso extremo en el cual todo el dinero impreso por los bancos centrales, en lugar de ser arrojado por el helicóptero a las calles, es guardado en una bóveda.

En este caso, a pesar del fuerte incremento en la oferta monetaria la velocidad de circulación del dinero sería cero y por lo tanto no habría un impacto tangible en la inflación.

Durante la década que siguió a la Gran Recesión del 2008-09, la velocidad de circulación del dinero fue relativamente baja porque los sistemas financieros y los balances patrimoniales de las familias y muchas empresas habían sido devastados por la burbuja de endeudamiento de los años pre-crisis.

La reparación de los circuitos de crédito y los balances patrimoniales fue un proceso largo, dada la ausencia de estímulos fiscales importantes, que mantuvo la demanda agregada en una situación de debilidad por varios años.

Esta situación contribuyó a que el dinero se quedara principalmente atrapado en los mercados financieros en lugar de ser gastado. En la década del 2010-2020 si hubo inflación, pero ésta se concentró en los precios de los activos financieros y no en los bienes y servicios. En la actualidad, la presencia de fuertes estímulos fiscales y la diferente naturaleza de la recesión del 2020 —que se debió a un choque exógeno que provocó un alto súbito y total de la actividad económica— ha contribuido a que la velocidad de circulación del dinero creado por los bancos centrales sea mucho mayor que en la década pasada.

Los consumidores, que dejaron de gastar en muchos bienes y servicios durante meses, cuentan con balances patrimoniales en mejores condiciones que en los años posteriores a la Gran Recesión gracias a los estímulos fiscales y a una economía fundamentalmente sólida durante los dos años que precedieron a la llegada de la pandemia.

Esta situación, aunada a la reapertura de actividades de la mano del proceso de vacunación, se ha traducido en una fuerte recuperación en la demanda agregada de una gran cantidad de bienes y servicios. La situación se ha agravado porque la oferta de estos bienes y servicios no se ha podido recuperar al mismo ritmo que la demanda como consecuencia de las disrupciones en las cadenas globales de producción creadas por la pandemia.

Estas disrupciones son temporales y el repunte inflacionario también debería serlo. Sin embargo, los bancos centrales tendrán que ser mucho más ágiles para modificar sus políticas monetarias en comparación con la década anterior.