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El 2016 ha tenido un comienzo muy turbulento y negativo para los mercados financieros a nivel global. La mayoría de los índices bursátiles ha tenido caídas superiores a 10%, en moneda local, y cercanas a 20%, en dólares, a tal grado que la mayoría de los mercados emergentes se encuentra ya en terreno de bear market —comúnmente definido como un periodo prolongado de baja con un ajuste mayor a 20 por ciento.

Si hacemos un poco de memoria, el reciente ajuste en los índices accionarios de Estados Unidos es mayor, pero no por mucho, al observado entre la segunda mitad de agosto y septiembre del año pasado. Aquel ajuste fue seguido de una recuperación que borró todo lo perdido y ubicó a los índices en Estados Unidos con un balance positivo para el 2015, aunque por debajo de los máximos históricos registrados en julio.

Para muchos observadores, ésta fue una señal de que el bull market más duradero desde 1930 estaba entrando a sus últimas etapas de vida. El ajuste de las últimas semanas nos pone de nuevo al borde del primer bear market desde el 2008. Aunque el S&P 500, el Dow Jones y el NASDAQ aún no están en bear market, el Índice Russell 2000, que incluye a 2,000 empresas medianas y pequeñas que cotizan en el mercado y para muchos es una medición más amplia y cercana al estado real de la economía estadounidense, ya se encuentra en territorio de bear market.

La fuerte recaída de los mercados en lo que va del año ha sido consecuencia de dos factores principales: 1) la nueva caída en el precio del petróleo y 2) la incertidumbre sobre la magnitud de la desaceleración de la economía china.

Los precios del petróleo tocaron un nuevo mínimo en los últimos 12 años, como consecuencia de una continua sobreoferta de crudo a nivel global y la ausencia de una recuperación importante por el lado de la demanda. Esta caída ha puesto en jaque a las finanzas públicas de muchos de los principales productores de petróleo y ha provocado una salida de capitales importante de muchos mercados emergentes.

Por otro lado, existe cada vez un mayor grado de incertidumbre sobre la magnitud de la desaceleración de la economía china. Aunque las cifras más recientes del PIB apuntan a un crecimiento de 6.8%, en línea con las proyecciones del gobierno, el mercado es cada vez más escéptico sobre la veracidad de estas cifras y ha comenzado a descontar un escenario de mayor desaceleración.

Vale la pena recordar que China está atravesando un delicado proceso de transición de modelo económico, en el que el crecimiento será principalmente impulsado por el consumo doméstico y no por las exportaciones y la inversión pública. A pesar de la desaceleración, China ha resistido la tentación de depreciar su moneda de manera importante, ya que el yuan se ha apreciado considerablemente frente a la mayoría de las monedas de sus socios comerciales y competidores en el mercado global de exportaciones. La decisión de China de depreciar el yuan podría tener consecuencias desestabilizadoras para el resto de las monedas emergentes y la economía global.

Aunque China y el petróleo han acaparado los reflectores en estas últimas semanas, para este columnista el riesgo más importante sigue siendo la trayectoria de alza en la tasa de interés en Estados Unidos por parte de la Reserva Federal (Fed).

Hasta hoy, el mercado tiene descontada una trayectoria de alzas mucho más moderada de lo que la Fed ha transmitido al público. Aunque la inflación se mantiene muy por debajo de la meta de la Fed, la medición de inflación subyacente ya se encuentra en 2% y existe el riesgo de que una mayor recuperación en el mercado laboral acelere la incipiente recuperación de los salarios reales y presione la inflación.

Aunque en el entorno actual se antoja difícil que la creación de empleo se acelere aún más, una trayectoria de alzas más pronunciada a lo esperado por el mercado provocaría una mayor apreciación del dólar y una mayor debacle para los mercados emergentes, a tal grado que podría contagiar a las economías más avanzadas.