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El resultado del referéndum del domingo en Grecia fue un rotundo “no” a las condiciones establecidas por el Eurogrupo para extender el plan de rescate necesario para otorgar la liquidez suficiente a Atenas para enfrentar sus próximas obligaciones financieras.

De la población en edad de votar, 62.5% acudió a las urnas y 61.3% de los sufragios rechazó el plan de rescate bajo las condiciones actuales. Aunque este resultado no implica aún una salida griega de la eurozona, la probabilidad de que Grecia se mantenga dentro de ella ha disminuido considerablemente.

Todavía quedan escenarios en los que el Eurogrupo suaviza las condiciones del rescate para que Grecia se mantenga en la eurozona, pero esta decisión es más política que económica y debe ser evaluada a la luz del mensaje que se estaría mandando al resto de los países de la eurozona.

La apuesta de los líderes europeos es que el paquete de rescate pueda evitar una depresión y que la relación deuda a PIB mejore, tanto por el incremento de la actividad económica —producto de cambios estructurales enfocados a mejorar la productividad de la economía— como por una reducción en la deuda —producto de algunas privatizaciones—; sin embargo, esta apuesta se antoja muy complicada.

La mayoría de los expertos coincide en que las medidas de austeridad amenazan con prolongar la depresión griega y convertirla en una gran depresión. Como hemos mencionado en repetidas ocasiones, en la economía moderna simplemente no recuerdo ningún precedente exitoso de salida a una crisis de solvencia sin la depreciación de la moneda.

Para muchos, el plan para revivir la economía griega dentro del euro es una ilusión. En teoría, se podría argumentar que Grecia necesita abandonar el euro para utilizar la depreciación de su moneda como válvula de ajuste, alentando la competitividad de sus exportaciones de bienes y servicios y fomentando el crecimiento económico.

La depreciación de la moneda traería consigo una mayor inflación que reduciría los salarios reales (lo cual es más sencillo que una reducción de salarios nominales) y también reduciría el valor real de la deuda del gobierno denominada en la nueva moneda.

Sin embargo, la teoría no toma en cuenta factores prácticos de suma importancia que podrían hacer la salida de Grecia de la eurozona mucho más caótica y traumática que su permanencia.

Aunque algunos observadores han dibujado varios paralelos entre la actual crisis griega y la de Argentina de principios de este siglo, también hay diferencias importantes que vale la pena tomar en cuenta.

En el caso de Argentina, la devaluación de su peso fue clave para que las exportaciones de ese país, principalmente materias primas, ganaran competitividad e impulsaran una reactivación económica muy importante. Esta situación se dio en un entorno global en el que la demanda por materias primas estaba experimentado un acelerado crecimiento.

En contraste, Grecia prácticamente no exporta materias primas y además estamos en un contexto económico global de bajo crecimiento. Independientemente de esto, el abandono del euro aceleraría la corrida en contra de los bancos, obligando al gobierno a seguir imponiendo límites a los retiros bancarios para poder implementar una redenominación de los activos y pasivos bancarios, contratos, precios y salarios de euros a la nueva moneda.

Para los ex banqueros centrales, la reintroducción de una moneda extinta como el dracma tendría consecuencias devastadoras, incluyendo corridas en contra de los bancos, desconocimiento de contratos y bancarrotas masivas que sin duda resultarían en una nueva contracción de la actividad económica.

Pareciera que a pesar del gran reto que enfrenta Grecia, el ajuste será menos doloroso y traumático dentro de la eurozona que fuera de ella.