Amanecí ayer en Santiago de Chile con el anuncio del nuevo gabinete de la presidenta Michelle Bachelet, luego de que hace cinco días, en un golpe de timón, pidió la renuncia de todos los ministros para rehacer su equipo y, en algún sentido, reiniciar su gobierno. El domingo por la noche, dos conocedores de la … Continued
Amanecí ayer en Santiago de Chile con el anuncio del nuevo gabinete de la presidenta Michelle Bachelet, luego de que hace cinco días, en un golpe de timón, pidió la renuncia de todos los ministros para rehacer su equipo y, en algún sentido, reiniciar su gobierno.
El domingo por la noche, dos conocedores de la política chilena me dijeron que el efecto político neto hasta ese momento era que Bachelet había puesto al país a mirar hacia ella.
Le había recordado a todos dónde estaba todavía el centro del poder, aun si su popularidad se había desplomado de 55%, con que empezó hace un año, a 26 por ciento ahora.
La renovación total del gabinete es un recurso de última instancia de regímenes presidencialistas, como el chileno o el mexicano, donde el jefe del Ejecutivo puede nombrar y remover; libremente a sus colaboradores.
Bachelet ejerció a fondo esta facultad, no para hacer un cambio cosmético, sino para relevar, entre otros, a los dos personajes centrales de su equipo, los ministros del Interior y de Hacienda, hasta ayer los ejes de su gobierno.
Envió con su decisión al menos dos mensajes. Uno, de cambio en la actitud del gobierno. Otro, de fuerza y determinación presidencial.
Respecto de lo primero, las palabras más pronunciadas por los nuevos ministros fueron “escuchar”, “conversar”, “oír a todos”, como si vinieran al rescate de un diálogo de sordos entre el gobierno y su sociedad.
Con respecto a la determinación, registré la anécdota del nuevo ministro del Interior, Jorge Burgos, hasta el domingo ministro de la Defensa.
Burgos dijo a la prensa que Bachelet lo había citado a las ocho y media de la noche del domingo para aceptarle su renuncia como ministro de Defensa. Luego de aceptarle la renuncia, la presidenta se había demorado “un poco” en decirle que también lo invitaba, en realidad lo ascendía, a ocupar el Ministerio del Interior.
En esa demora está quizá todo el mensaje de lo que el cambio de gabinete significa: el recordatorio, incluso para los próximos, de quién toma todavía las decisiones políticas del país.