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Un conocedor de las entrañas del penal del Altiplano dice (a Rubén Mosso, de MILENIO) que la pulsera de control telemático, magnética o de localización que se le colocó en la muñeca a Joaquín, El Chapo, Guzmán servía lo mismo que la carabina de Ambrosio porque los inhibidores electrónicos impedían su monitoreo dentro de la cárcel.

Las señales de radiofrecuencia y las satelitales pueden ser o no captadas, y para su detección se requiere la sintonización precisa.

Por desgracia (y sin que lo tenga que decir ningún experto), todo indica que tanto la disciplina como el mantenimiento físico (nada más hay que ver el estado que guardaba la celda) y técnico del penal vinieron degradándose hasta al punto de poder abrir un boquete bajo la regadera y de que el delincuente volviera a exhibir la fragilidad del sistema penitenciario mexicano.

Una parte de la explicación de la desgracia está en la Ley de Normas Mínimas (¿por qué no máximas?) de las cárceles federales vigente, y que fue expedida en el primer año de gobierno… ¡de Luis Echeverría!

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