Con enorme valentía, el primer secretario de Hacienda del sexenio pasado, Carlos Urzúa, renunció a través de una carta que no dejaba lugar a dudas de lo que se gestaba para el país y sus finanzas
El secretario de Hacienda que había diseñado, por órdenes presidenciales, el caos fiscal para cumplir con los objetivos electorales del régimen tuvo que quedarse para rescatar de entre esas piedras las finanzas públicas durante el nuevo gobierno.
Nunca fue una posición sencilla ser el responsable de las finanzas de un populista irresponsable como Andrés Manuel López Obrador, con muchos atavismos y pocos conocimientos técnicos, dictaba lo que imaginaba en su mundo interno, sin importar las consecuencias.
Con enorme valentía, el primer secretario de Hacienda del sexenio pasado, Carlos Urzúa, renunció a través de una carta que no dejaba lugar a dudas de lo que se gestaba para el país y sus finanzas.
Su segundo secretario de Hacienda, Arturo Herrera, siempre lució apabullado por la figura presidencial, fue engañado por López Obrador quien le prometió, y no le cumplió, la gubernatura del Banco de México y con ello lo sacó de la Secretaría de Hacienda. Herrera también en su despedida, con una cautela temerosa, advirtió que había que tener cuidado con el manejo económico.
Y así, en el verano del 2021 llegó a Hacienda Rogelio Ramírez de la O, a hacerse cargo de unas finanzas públicas que se mantenían sanas porque el Presidente había decidido dejar a su suerte a los ciudadanos en medio de la pandemia, pero con claros planes de devastar la estabilidad presupuestal con miras a conservar el poder presidencial en el 2024.
Sólo el hipnotismo que provocaba el populista podría explicar por qué un personaje acreditado en los mercados como Ramírez de la O habría aceptado trabajar con un gobierno con claros planes destructivos de un país.
Quizá no imaginó en un principio lo caro del boleto de salida que tuvo que ser transexenal.
Ya no hallaba la manera de dejar el barco. Aceptó quedarse a levantar un poco del tiradero que él mismo había provocado ya en la actual administración, pero, otra vez, con las manos atadas ante aquellos que cumplen con la máxima de 10% experiencia, 90% lealtad que le impusieron.
Fue entretenida la batalla en medios entre los que fueron desplegados para dar la versión del secretario de que ya se iba y los que desplegaba el régimen para decir que simplemente se quedaba.
Finalmente, después de varios intentos, Ramírez de la O lanzó la campaña final, presentó su renuncia, mandó a sus voceros y el viernes, antes del cierre de los mercados, lo cual no es usual en este tipo de cambios, concretó su salida de la Secretaría de Hacienda.
Decía un político veracruzano que “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, bien pues el exsecretario Ramírez de la O puede presumirlo con su nuevo cargo de asesor especial de la Presidenta desde su añorada residencia en Estados Unidos.
El cambio no le hizo mella a los mercados, que seguían operando a la hora del anuncio, porque, en primer lugar, México tiene problemas mucho más importantes con Donald Trump, también porque Ramírez de la O llevaba meses gritando que ya se quería ir y también porque el nuevo secretario de Hacienda, Edgar Amador, tiene buenas cartas credenciales para ocupar ese cargo.