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Cuando vemos situaciones que no habíamos enfrentado en este país durante décadas, como la serie de apagones que hemos tenido últimamente, a muchos les resulta inevitable querer comparar el rumbo que lleva México en estos tiempos con lo que sucedió en Venezuela.

Ese país sudamericano era una nación rica, próspera, con recursos energéticos inimaginables, y aun así se hundió. Eso claro que genera acá muchos temores.

Pero, no. Más bien México tiene más similitudes con Argentina. Claro, la suerte de nuestro país es que tiene ese vinculo indivisible con Estados Unidos y por lo tanto se mantiene como la tabla salvadora de esta economía.

Tanto que, por ejemplo, para este año la firma calificadora Moody’s ha mejorado la expectativa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de México de 3.5 a 5.5% por una simple razón: Estados Unidos.

Esa locomotora puede encender sus máquinas a todo vapor durante la segunda mitad del año, si se consolidan sus esfuerzos de vacunación masiva y eso jala a este cabús mexicano, que verá beneficios en su sector exportador, a pesar de que su mercado interno se mantenga con ritmos lentos de recuperación.

Argentina no tiene eso, ellos tienen como “motor” a Brasil y eso sólo cuando hay alineación político-ideológica entre ambas naciones. Y esa, la supremacía del pensamiento dogmático sobre una racionalidad económica, puede ser el gran lastre de nuestro país.

Argentina era una nación ejemplar, su nivel de desarrollo, educativo, sus niveles de bienestar superaban la media latinoamericana, pero se entregaron a las luchas ideológicas y perdieron.

La puntilla a la confianza en esa nación del sur no era que llegara un gobierno de izquierda, después uno de derecha, y que en medio se dieran toda clase de combinaciones. El problema es que cada administración llegaba a devastar desde sus fundamentos legales lo hecho por los anteriores.

Los cambios a las leyes como forma de gobierno acabaron por disuadir a los inversionistas que no encontraban en esa inestabilidad las garantías para invertir. Simplemente abandonaron la plaza.

Hoy, en México, las modificaciones legales que de forma tan irreflexiva aprobó la mayoría del presidente en la Cámara de Diputados, y que seguramente seguirá la misma ruta en el Senado, son ese paso en la ruta argentina de hacer política.

No hay una sola empresa del sector eléctrico, organización ambiental, asociación empresarial, analista serio de ese sector o participante de los mercados financieros que le entienda a las razones por las que el gobierno de México se da semejante balazo en el pie y compromete el futuro del sector eléctrico y de la credibilidad en el país.

La última tabla de salvación, antes de la argentinización en el espanto a las inversiones, es la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Si el máximo tribunal rechaza esos cambios, hay esperanzas. Pero si la Corte se cura en salud con algunos pequeños parches, pero deja la esencia de esta aberración ideológica, el daño puede ser irreparable.