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Ninguna generación es de acero o cristal. Todo está en el talento. Y el talento no tiene edad: Miguel Ángel pintó la Cúpula del Vaticano a los 89, cuando la media de vida era de 50; y Raymond Radiguet escribió El diablo en el cuerpo, a los 17.

El presidente de los jóvenes, Barack Obama, arrancó su mandato en un foro con chicos negros a quienes dijo:

“Ser negro y pobre no son razones para tener malas calificaciones, faltar a clase o abandonar los estudios. Nadie ha escrito tu destino por ti. Tu destino está en tus manos. ¡No hay excusas! Para los padres, no basta con mandar a los hijos a la escuela y abandonarlos cuando llegan a casa. ¡Dejen de decirles que, porque son de cierta raza, hay cosas que siempre les estarán limitadas!”

No. Ninguna generación es de cristal. El ser humano está hecho del deseo de ser mejor cada día. Carpentier lo describe en el fragmento final de El reino de este mundo:

“…el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el Reino de este Mundo.

Ahora, es notorio que a la generación nacida en los 90 le basta sentir algo como injusto para decidir, ipso facto, que es injusto, sin que medie un análisis racional: y decidir quemar el Metro de Santiago de Chile o vandalizar el Ángel de la CDMX.

Es una hornada convencida de que, sólo por ser joven, debe ser glorificada y que trae una indiscutible pureza de intenciones únicamente por la gracia de serlo: como si los jóvenes no puedan ser capaces de tanta maldad como cualquiera.

Y debe quedar claro que ser joven es solamente no ser viejo. No por ser joven se viene al mundo exento de pecado. Porque jóvenes eran, no lo olvidemos, los miembros de las juventudes hitlerianas, los komsomoles soviéticos o los suicidas islamistas.

Pero, en la actitud de los jóvenes de toda época, los padres tienen mucha responsabilidad. Oswald O. Wilson, un neurocientífico estadounidense, cree que, al nacer, nuestro cerebro no es una pizarra en blanco para ser llenada por la experiencia.

Wilson cree que, al nacer, nuestro cerebro es un negativo de fotografía a la espera de ser sumergido en el revelador. Es posible revelarlo bien o mal. Pero en ningún caso se hallará algo que no esté previamente impreso en la película.

Ese es el papel de los padres.

Revelar bien.