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Si en algo se parecen los gobiernos demócratas y republicanos de Estados Unidos es que los dos se enojan y mucho con los mensajeros financieros, como las firmas calificadoras, cuando les advierten que algo no está bien.

Este pasado fin de semana tocó el turno a la firma Moody’s de poner en perspectiva Negativa la calificación crediticia de la deuda de Estados Unidos.

Esta firma mantiene el máximo nivel de “Aaa”, pero con esa puerta de rebaja abierta. A diferencia de Fitch Ratings que el verano pasado recortó la calificación perfecta de la deuda estadounidense de la “AAA” a una “AA+”.

Y ni qué decir de Standard and Poor’s (S&P) que desde el 2011 se atrevió a rebajar por primera vez en la historia la nota perfecta de la deuda estadounidense del nivel top de la “AAA” al envidiable, pero no perfecto escalón de la “AA+”.

En aquella ocasión, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se vio muy molesto con la decisión de S&P de degradar la nota de la deuda y dijo que, independientemente de que los mercados subieran o bajaran, su país siempre sería uno de triple A.

Y es que, obviamente, los republicanos aprovecharon esa coyuntura para golpear al gobierno demócrata, cuando en buena medida toda aquella crisis subprime que le costó la calificación perfecta a esa economía había sido de manufactura republicana.

Casualidad, o no, pero cuatro años después de la degradación Standard and Poor’s recibió una multa histórica de 1,375 millones de dólares acusado de manipular las notas de valores financieros respaldados en aquellas hipotecas subprime.

Bueno, ahora que Moody’s pone en la mira esa misma deuda, el departamento del Tesoro de Joe Biden se muestra molesto con la decisión y argumenta que esa economía es fuerte y que los títulos del Tesoro son el principal activo seguro y líquido del mundo.

Es una respuesta correcta, pero ese refugio preferido de los mercados financieros globales queda claro que no es perfecto.

Una buena síntesis de por qué la economía más grande del mundo, con el refugio financiero más codiciado del planeta, no puede sostener la calificación perfecta la dio Fitch Ratings cuando en agosto pasado rebajó su nota a esa deuda.

Que, por cierto, también la decisión de Fitch se ganó el enojo de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, quien en ese momento dijo que era producto de una valoración equivocada basada en datos obsoletos.

El punto es que Fitch describió en una palabra el problema: gobernanza.

Esa incapacidad para lograr acuerdos básicos entre los dos partidos en el Congreso, negociaciones estancadas que llegan a los límites de tiempo para no paralizar al gobierno. Más ambiciones que acuerdos que provocan que el gobierno estadounidense se acerque hasta el límite del impago.

Es muy discutible si Estados Unidos llegó hasta este punto por la manera en cómo el republicano, Donald Trump, sigue polarizando la vida de una nación que solía ser institucional o si bien por la incapacidad demócrata de recomponer todo lo que rompió el populista que los gobernó.

Lo cierto es que ante la visión de las tres principales firmas calificadoras del mundo, Estados Unidos no merece tener la nota crediticia perfecta, aunque se enojen en La Casa Blanca.