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Un régimen como el mexicano necesita de fetiches para construir esa hegemonía que lo mueve.

Por ejemplo, la soberanía y la autonomía energética son banderas que han llevado al gobierno de Andrés Manuel López Obrador a ir a contracorriente del mundo y apostar por la construcción de una refinería en Tabasco que sigue sin dar resultados.

O a contravenir la propia Constitución mexicana y diferentes acuerdos internacionales, incluido el TMEC, para marginar a las empresas energéticas extranjeras.

Bajo esa misma óptica este régimen se casó con el discurso de que ellos bajarían el precio de las gasolinas y si bien no se cumplió esa promesa, sí se han destinado cientos de miles de millones de pesos para subsidiar sus precios.

No hay, por ejemplo, ese uso fetichista con el precio de las tortillas a las que las han dejado moverse al ritmo del mercado, aunque tenga este producto mayor afectación social.

El punto es que uno de los fetiches favoritos de López Obrador es la fortaleza del peso frente al dólar.

El Presidente y sus voceros no se cansaban de destacar la paridad cambiara en ese camino que emprendió desde los niveles de 20.50 pesos por dólar del verano pasado hasta los sorprendentes 17.90 de apenas la semana pasada.

“Triunfo de la 4T” un peso tan fuerte repetía el Presidente y hasta la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, quien se atrevió a publicar en enero pasado que algunos sufrían con el peso fuerte que adjudicaba a la política económica de López Obrador.

Y ese es precisamente el punto, que desde esa cúpula del régimen empiecen a sufrir con la depreciación cambiaria en curso. Porque si atendemos a lo que repetían sin mayor análisis desde el poder, entonces la depreciación tan fuerte del peso también debe ser responsabilidad de López Obrador.

Claro que no lo es, pero si el Presidente siente la necesidad de componer la condición de este fetiche cambiario podría sentir la necesidad de intervenir de alguna manera.

Básicamente la única manera relativamente efectiva de intentar alguna especie de intervención en el mercado cambiario tendría que darse desde el Banco de México y aun así es muy difícil por el tamaño del mercado que ha logrado la moneda mexicana en el mundo financiero.

Podría el Presidente empezar con algún tipo de presión en sus mañaneras para que el Banco de México inyecte dólares de su reserva para defender al peso. La verdad, no hay ya nada imposible que se pueda decir en esas conferencias.

Y es ahí cuando tendría que salir el banco central a marcar su raya de autonomía.

Puede el Presidente sentirse tranquilo que en el Banxico dominan los halcones que prefieren altas tasas de interés para frenar las presiones inflacionarias, y este alto costo del dinero apuntala de alguna manera la fortaleza del peso.

Claro, habrá que esperar a que se tranquilicen las aguas financieras turbulentas para que ese premio en pesos vuelva a recobrar su atractivo.

Pero es un hecho, López Obrador ya se imaginaba entregando el poder con una apreciación sexenal del peso. Lo que hemos recordado en estos pocos días es que la volatilidad de los mercados no se mueve al ritmo de esos sueños personales.

No se cansaban de destacar la paridad cambiara en ese camino que emprendió desde los 20.50 pesos por dólar del verano pasado hasta los sorprendentes 17.90 de la semana pasada.