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Pemex debería ser hoy una empresa más chica, dedicada por completo a la exploración y explotación de petróleo crudo, y asociada con empresas privadas para desarrollar sus otros negocios.

Esta empresa tendría que haber modificado ya sus condiciones laborales y estar dedicada a reducir sus enormes pasivos, empezando por los adeudos a sus proveedores.

El sector energético mexicano debería estar hoy enfocado a la generación de energías limpias y con una amplia participación del sector privado en toda la cadena relacionada con el sector petrolero.

Pero no. Pemex está hoy quebrada, degradada y arrastrando a las finanzas públicas del país hacia un precipicio financiero que no tarda en tener una primera manifestación a través de la degradación crediticia.

Vivimos pegados a un mito nacionalista que con el paso del tiempo derivó en una empresa paraestatal saqueada, anquilosada y atrapada en el mito de la autosuficiencia.

Todo intento por modernizar esa empresa, y también la eléctrica, han acabado en el mismo lugar, en defender una mina de oro para los políticos en turno con un discurso nacionalista.

La reforma del 2013 fue un intento limitado y tardío por rescatar a una empresa petrolera que ya era inviable, pero que abría una rendija para eso: achicarla y sanearla.

Pero México cayó en el populismo actual y cualquier intento modernizador dio un brinco al pasado hacia una realidad inexistente desde hace 50 años.

Lo que ha conseguido el lopezobradorismo es hacer del “riesgo Pemex” un “riesgo México” y lejos de iniciar un saneamiento de la petrolera más endeudada del mundo la puso en manos inexpertas para arriesgar más sus emproblemadas finanzas en negocios poco rentables e innecesarios como construir una refinería.

La firma calificadora Moody’s rebajó la calificación crediticia de Pemex esta semana a un grado de “especulación de alto riesgo” y los bonos de esta petrolera sólo bajaron 1% en los mercados. La razón es obvia, López Obrador abrió las arcas públicas de par en par a la empresa que dirige el agrónomo Octavio Romero. Altas ganancias con respaldo de las finanzas nacionales.

Y, tal cual, tan pronto como Moody’s reflejó la realidad de Pemex en su calificación, López Obrador le hizo un regalo fiscal que no tiene ninguna otra empresa que fracasa en su manejo: una exención del pago de impuestos por 70,000 millones de pesos.

Tal exoneración fiscal corre en contra de unas finanzas públicas nacionales que ya están emproblemadas con el enorme déficit presupuestal estimado para este año por el descomunal gasto electoral. De todo eso ya tomaron nota las firmas calificadoras.

Y no es que esas empresas dedicadas a analizar la salud de las deudas sean los grandes verdugos de las economías del mundo, son más bien el canario en la mina que dan el primer aviso para salir corriendo.

Es prácticamente un hecho que no le va a explotar a López Obrador la bomba financiera que encienden las finanzas de Pemex en los siete meses que le quedan de gobierno, pero esa mecha corta queda encendida para quien llegue al poder.

Y si López Obrador se queda gobernando con otro rostro, no está tan lejos una crisis financiera de alcance nacional con epicentro en esa empresa a la que el populismo ha dejado morir.