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Nadie, obviamente, pudo anticiparse a los efectos económicos de una pandemia como la del Covid-19 que tumbó la economía mundial durante el 2020.

Quizá México pudo haber aprovechado mejor las oportunidades que le dio el 2019 para plantear las bases de una economía más robusta y no haberse autoinfligido una recesión derivada de las malas decisiones gubernamentales. En fin.

Durante el año de la Gran Recesión por la pandemia la gran mayoría de las economías del mundo aplicó medicinas fiscales y monetarias que trataban de paliar los efectos entre la población que vio cómo se derrumbaban sus ingresos.

Otra vez México se quedó atrás y dejó en total desamparo a millones de trabajadores que de la noche a la mañana perdieron sus empleos y con ellos el sustento de sus familias. Esta inacción gubernamental provocó la peor recesión en este país desde los años 30 del siglo pasado y una de las caídas del Producto Interno Bruto (PIB) más pronunciadas entre todos los países del planeta.

Esas medicinas aplicadas en el mundo sí que ayudaron a muchos en su supervivencia, pero claramente no hay medicamento de esa magnitud que no tenga efectos secundarios. Algunos se sienten ahora y otros arrojarán las consecuencias más adelante.

Tanto dinero liberado en economías como la de Estados Unidos habría de tener, tarde o temprano, un efecto inflacionario. Claro que el costo de oportunidad en el momento en que se tomó la decisión de imprimir tantos dólares daba para optar por el rescate de la economía más grande del mundo y después preocuparse por el efecto en los precios.

Sólo que a la enorme liquidez se sumaron otros problemas adicionales como la fractura de las cadenas productivas, la escasez de insumos básicos para la industria del Siglo XXI como los chips, dificultades en la logística y una reconcepción de las actividades cotidianas por parte de la sociedad.

La mayoría de las economías desarrolladas y muchas emergentes lograron revertir la caída de su PIB durante el 2021, pero quedó la factura inflacionaria.

México, en el peor de los mundos, combinó durante el año pasado un rebote totalmente insuficiente de 4.8%, tras el derrumbe de -8.5% del año anterior, con los efectos de la alta inflación.

Ahora, la lucha de los bancos centrales es contra una inflación que no fue temporal y que ahora se ha agravado con los efectos económico-financieros de la invasión rusa a Ucrania.

La nueva medicina antinflacionaria tiene que llegar rápido y en dosis elevadas para que el mercado la crea y actúe en consecuencia.

Pero, entonces, esa amarga medicina de la restricción monetaria va a generar otra clase de problemas.

Aquellos países que desequilibraron sus finanzas para apoyar a su gente en plena pandemia tendrán que enfrentar tasas de interés más altas. Y como la idea es que el dinero se ahorre y no se gaste, entonces la economía se volverá a ralentizar y caerán los ingresos fiscales.

Hasta hoy se mantiene la idea de los bancos centrales de que es posible regresar a los rangos inflacionarios aceptados por los mercados. Pero también queda claro que eso saldrá literalmente muy caro.

Así que, el efecto secundario de la nueva medicina monetaria restrictiva será una nueva desaceleración, o incluso recesión… que va a necesitar alguna otra medicina amarga en su momento.