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Si la cuesta de enero tiene tan mala fama es precisamente por datos como el de la inflación de la primera quincena de este mes.

A las presiones que ya arrastraban los precios se suman esos aumentos que se deciden para arrancar el año y de paso, toda la carga tributaria del primer trimestre y al pago de las cuentas de los gastos de fin de año.

Por alguna razón en el mercado había la expectativa de que la inflación fuera más baja para arrancar este 2023, tanto la medición general como la subyacente. Pero no.

Es una mala noticia por donde se le quiera ver, sobre todo cuando la tasa de interés de referencia del Banco de México ya está en niveles de 10.50% y todavía no se alcanza a notar un techo que pueda marcar un punto de inflexión en los índices inflacionarios.

Lo único que parece facilitar, digamos, este mal dato inflacionario es la siguiente decisión de política monetaria de la Junta de Gobierno del Banco de México.

No entre aquellos que muestran sin tapujos su intolerancia con las inflaciones altas, sino con aquellos que parecen titubeantes y hasta con el nuevo que tendrá más sencillo su análisis para asumir su decisión dentro de dos semanas.

El banco central mexicano podrá llevar la tasa de referencia hasta 11%, eso seguro dará estabilidad al mercado cambiario, pero queda claro que la influencia del costo del dinero entre los agentes económicos en el proceso de formación de precios es limitada en esta economía.

Quedan al descubierto factores internos, que ya no caben en las explicaciones de la invasión rusa o la pandemia, que todavía encuentran algunas excusas en las interrupciones de las cadenas de suministro, pero que se apegan a la realidad de un mercado interno distorsionado.

El tamaño de la economía informal hace que la efectividad de una medida monetaria, como el costo del dinero, sea menor. Es una economía que además se alimenta todos los días con fuentes de ingreso que no necesariamente pasan por el sistema financiero.

La dispersión de los programas asistencialistas del gobierno federal prácticamente se da en efectivo, el cobro de las remesas también, y son recursos que se integran en su mayoría al circuito informal de la economía, donde no habrá bancos, pero sí hay presiones inflacionarias.

El subíndice de alimentos, bebidas y tabaco es casi 80% más alto que la inflación general en términos anuales y eso que excluye los productos agropecuarios que además enfrentan las temporadas.

Es un tabú, y garantía de ganarse el mote de neoliberal conservador, hablar del impacto que tienen los incrementos a los salarios mínimos en el consumo. Pero habría que ver más allá del tema de justicia social si no hay un impacto en la inflación de los productos básicos.

En fin, el punto es que la política monetaria, que una mayoría de integrantes de la Junta de Gobierno del Banco de México ha llevado con acierto en su intransigencia con la alta inflación, también tiene límites que se tienen que atender con otro tipo de políticas públicas.

Y no precisamente con dejar de exportar los dos elotes de maíz blanco que México vendía al extranjero sino con regresar la política social al gasto productivo y no al asistencialismo clientelar, por ejemplo.