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Todo parece indicar que mañana Andrés Manuel López Obrador no usará la tribuna destinada al jefe del Estado mexicano para la celebración del día más importante del calendario cívico nacional, para fijar su personalísima postura ante el reclamo legal de Estados Unidos y Canadá por el trato desigual que da su administración a las empresas extranjeras en materia energética.

Tal parece que mañana lo que escucharemos es un recuento más de todo lo que hemos escuchado durante cuatro años, con énfasis en la retórica de la paz del mundo que López Obrador estrenó a principios de agosto pasado.

Escucharemos cómo propondrá formalmente a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través del canciller Marcelo Ebrard, un plan para negociar el fin de la invasión rusa a Ucrania. El Presidente le llama la “guerra en Ucrania”, como para no recargar responsabilidades en el régimen de Vladimir Putin.

Retomará su iniciativa de una tregua mundial de cinco años, que abarque desde África hasta Haití, y que esa pausa bélica sea supervisada por un comité que encabecen el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el primer ministro de India, Narendra Modi, y el papa Francisco.

En fin, promete un discurso así, en un tono de planeación de lo que ve como su trascendencia histórica mundial y no como una arenga nacionalista en contra de las empresas extranjeras. Siempre con el temor de que en un exabrupto discursivo pudiera llevar a estropear las relaciones comerciales de México con el resto de Norteamérica.

Ahora, el hecho de que no suceda mañana, en plena conmemoración del aniversario de la independencia, no significa que no pueda llegar a explotar este tema en cualquier mañanera futura.

Sobre todo, cuando el propio López Obrador tenga que aceptar ante sus seguidores que ese tono extremadamente diplomático y amable que usaron el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en su carta y el secretario de Estado, Anthony Blinken, en su visita a Palacio Nacional, no tienen nada que ver con la ruta marcada por las consultas del gobierno estadounidense en el marco del TMEC.

El Presidente presume que la secretaria de Economía de Estados Unidos, Gina Raimondo, no le habló de aranceles, sanciones y nada de nada.

Y es que esas represalias comerciales son un paso extremo al que se llega después de un proceso de consultas, que si fallan se establecen paneles de solución de controversias que, eventualmente pueden decidir la aplicación de esas cuotas compensatorias.

No era el papel de Raimondo sacar ese tema en una visita de trabajo al Presidente. Además de que es la representante comercial de La Casa Blanca, Katherine Tai, quien lleva esos temas difíciles del comercio bilateral.

Hay pues sobre la mesa una oportunidad para que se reconsidere el trato discriminatorio a las empresas energéticas extranjeras, para que se planteen proyectos de largo alcance en materia de energías limpias, que interesan al gobierno de Biden, para que, en ese proceso de alejamiento comercial con China, México se convierta en un puerto seguro y cercano para el desarrollo de las nuevas tecnologías de movilidad no contaminante y microprocesadores.

Pero también hay el riesgo de que el nacional-populismo eche todo a perder, al menos durante los dos siguientes años.