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Me siguen sorprendiendo las encuestas que miden en las primeras planas de los diarios cómo van las intenciones de votos entre los candidatos presidenciales para 2024. Me sorprenden porque miden algo que todavía no tiene forma: ni candidatos reales, ni competencia específica entre ellos.

El cuadro que acaban presentando es el de una escena política donde dominan los precandidatos más o menos reales del oficialismo, frente a los absolutamente hipotéticos candidatos de la oposición.

El efecto, buscado o no, es el dibujo de un escenario que en lo fundamental está resuelto a favor del oficialismo en cualquiera de sus opciones. Y en contra de una oposición que siempre aparece en las mediciones desunida, aunque toda su discusión es si va a unirse o no.

No dudo del rigor de las mediciones de los encuestadores, ni creo que estén tratando de inclinar la balanza hacia un lado. Lo que creo es que están midiendo algo que no sucede aún, a candidatos hipotéticos de partidos o coaliciones hipotéticas, y que lo que acaban ofreciendo es una medición de contiendas fantasmas.

Es decir: mediciones correctas de tendencias irrelevantes respecto de lo que será la contienda verdadera. El paisaje así dibujado induce a la impresión de que el oficialismo domina el escenario en proporciones irremontables y que si acaso lo que falta ver es por cuánto perderán las oposiciones divididas ante el desfile triunfal de Morena y sus aliados unitarios. Dicen bien los propios encuestadores que ellos no hacen pronósticos sino fotos de cómo están las cosas en el momento. Pero saben muy bien que la gente no toma sus cifras como fotos sino como pronósticos, y que el efecto de sus mediciones no es fotográfico, sino político.

Mi desacuerdo, en todo caso, es con lo que eligen que vaya en las fotos: candidatos hipotéticos, contiendas imaginarias. Algo parecido a lo que vemos hoy vimos en la medición de las elecciones intermedias de 2021. Los encuestadores dijeron entonces, durante semanas, antes de que hubiera candidatos reales, que el oficialismo ganaría la mayoría calificada en la Cámara. La perdió.

Y la oposición, que según esas mismas encuestas iba a ser arrasada, tuvo más votos que el oficialismo que iba a arrasar.