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El Gobierno de México está obviamente velando armas.

No es fantasía tener en cuenta que se aproxima una fuerte batalla para conservar el tratado de comercio libre de América del Norte. Las acechanzas vienen de nuestros socios. El compromiso hipernacionalista del presidente Trump de “volver a hacer grande a los Estados Unidos” y el clima electoral de Canadá se han hermanado para subrayar una inexactitud: el papel que México juega voluntariamente para meter a los dos países socios productos chinos con la etiqueta de “hecho en México”.

Ya Marcelo Ebrard y la señora presidente han expuesto datos documentando que las inversiones chinas directas en los dos países norteños son mucho más grandes que las que vienen a México. El tono del señor Trudeau es comedido y prudente, aunque firme. El de Donald Trump es bravucón y vociferante, porque la estrategia le funcionó con el presidente López: la amenaza de los aranceles. Por lo que sea: por nuestra incapacidad de poner fin de tajo al flujo de migrantes que van al Norte, por los automóviles manufacturados en nuestro territorio para su venta en el suyo, por el vuelo de una mosca.

A los que debe atemorizar el tono amenazante de Trump es a los ciudadanos norteamericanos. Si expulsa, como promete, a todos los inmigrantes indocumentados no solamente tendrá un problema de logística. Muchas labores, en la agricultura, la construcción o los servicios, los hacen esos seres humanos cuyo único delito es querer trabajar y darle mejor vida a sus familias. ¿Se acuerdan de aquella película de Arau “Un día sin Mexicanos”? Pues eso.

Los aranceles se cuecen aparte. Supongamos que se impone un arancel del 25 % -no del cien- a los autos que importen los gabachos desde México. O los aguacates, los tomates u otros frutos. El precio de venta al público ese auto o esos aguacates subirá en la misma proporción.

La lengua no es solamente un exquisito ingrediente de ciertos tacos. Es también un arma eficiente de la demagogia y el populismo. Puesto que venimos de seis años de vivir esa combinación, no debe asustarnos tanto el verbo flamígero de Trump. Pero la señora presidente hace bien en tener un plan B.

O, si se requiere, el alfabeto tiene muchas letras más.

PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (mientras sabemos si son peras o son frutas  del mismo olmo): Si fuera solamente por el renacimiento de la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana que hemos visto en las semanas recientes, valió la pena que la señora Sheinbaum llegara a la Presidencia. Yo, desde luego no voté por ella en virtud de la continuidad, todavía balbuceante, que prometió en su campaña del régimen de Lopitos.

Sigo preocupado por la repetida lealtad del señor de Macuspana, permitiendo su intervención innegable en asuntos de calibre tal como la imposición de la presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

En auxilio al perfil de la señora presidente se ha mostrado, desde septiembre 9 en Culiacán, que a la fórmula mágica para la seguridad de los mexicanos -¿se acuerda de abrazos, no balazos?- se le ha quitado sin aspavientos  verbales el primer elemento. Sin llegar a estentóreos combates armados, que sin duda han ocurrido, Omar García Harfuch ha dado muestra de eficiencia con decomisos cuantiosos de droga y detenciones sorpresivas a autoridades metidas hasta las nalgas en el barro de la complicidad. Los primeros golpean a la economía de los bandidos; las segundas mandan un mensaje claro a las autoridades cómplices. Tanto, que un jefe policíaco municipal en Edomex prefirió darse un balazo y morir, cuando luego de que le leyeran sus derechos y le notificaran su aprehensión le pidieron que entregara su arma.

¿Qué tanto sabría de las complicidades? Evidentemente, la combinación de fuerzas diversas y aisladas y un trabajo de inteligencia policial está dando resultados en lo que resulta la primordial preocupación de los mexicanos: nuestra seguridad.

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