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Ahora serán 10 días más de incertidumbre hasta la llegada de febrero y ver si Donald Trump cumple su amenaza de aplicar aranceles de 25% a los productos mexicanos y canadienses.

Al Presidente de Estados Unidos le gustan las relaciones tóxicas y abusa del poderío de su país para negociar con la presión a sus contrapartes para que se vean forzados a ceder en lo que él quiere.

Está claro que esta nueva versión de Trump-Presidente poco tiene que ver con su primer mandato. Sin embargo, su manual de juego, su playbook, de negociador es el mismo desde que se dedicaba a los bienes raíces.

Como negociador privado sus arrojos lo llevaron incluso a la quiebra, pero como Presidente tiene controles, que no son pocos, que lo obligan a tener cuidado, por ejemplo, con el juego tarifario contra el mundo.

La firma financiera Moody’s pone algunos números sobre la mesa de cuáles serían las consecuencias de tomar la decisión de iniciar una guerra tarifaria.

Aun si el plan fuera paliar los efectos económicos de la aplicación de aranceles con una baja en los impuestos, Moody’s apunta a una pérdida de, al menos, 675,000 empleos y un retroceso de 0.6 puntos porcentuales en el Producto Interno Bruto.

Mientras que Goldman Sachs se pone histórico y hace un recuento de los efectos negativos que tuvieron las tarifas arancelarias que el mismo Trump aplicó en su primer mandato en el lapso 2018-2019.

Aquellos impuestos de importación, apuntados a productos básicamente chinos, afectaron a los negocios y los consumidores estadounidenses, más que a los exportadores asiáticos.

Eso incluso lo respalda un documento de la Comisión de Comercio Internacional del propio gobierno de Estados Unidos, llamado “Algunos efectos de la sección 232 y 301 que redujeron las importaciones y aumentaron los precios en muchas industrias estadounidenses”.

El primer ministro saliente de Canadá, Justin Trudeau, ya le hizo saber a Donald Trump una respuesta en espejo dólar por dólar. China, está claro, tendría una respuesta contundente comercial o hasta financiera. Y México, dentro de su prudencia, tendría que responder igual.

Donald Trump volvió locos a sus seguidores nombrando Golfo de América al Golfo de México, vamos, los reportes meteorológicos del gobierno de Florida ya usan ese nombre en sus advertencias de tormenta.

Pero no se atrevió a dedicar una sola línea de su discurso inaugural, mucho menos en sus primeros decretos, a la aplicación de aranceles a otros países. Sí usó el tema como método de presión al norte y al sur de sus fronteras, pero más en afán de conseguir otros fines.

¿Puede Donald Trump, con todo y las evidentes malas consecuencias para su país, aplicar aranceles a México, Canadá o China? ¡Por supuesto que sí, es Donald Trump!

Pero claramente tiene frenos internos que hacen que, al menos, lo dude.

Nunca hay que subestimar los alcances de Donald Trump, pero tampoco hay que perder de vista quiénes están detrás de él y cómo los grandes capitales de su país no comen lumbre.

Lo cierto es que regresamos a vivir en la incertidumbre en la que, a partir de ahora, hay que ver el comportamiento de los mercados y las noticias tanto como vemos qué hora es.