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La de México no fue una guerra comercial con Estados Unidos. Fue un abuso flagrante del gigante con el pequeño dependiente del sur (“Mexico needs the US. We don’t need them”: Donald Trump). Sólo utilizaron un error del nuevo gobierno, con aquello de las fronteras abiertas, para poner en práctica exitosamente la táctica de la amenaza con aranceles.

Con la velocidad con la que Vicente Fox prometía arreglar las diferencias entre las dos Coreas, el gobierno republicano de la Casa Blanca arrancó al gobierno de Andrés Manuel López Obrador una serie de compromisos, confesados y no, para frenar la migración ilegal hacia el norte, a cambio de no causar más estragos en la economía mexicana con la aplicación de aranceles escalonados.

Esto por supuesto que le da aires de triunfo a la política agresiva y abusiva de negociar del presidente estadounidense, Donald Trump.

Pero no en todos los frentes de batalla que ha abierto el presidente Trump puede aspirar a ganarlos tan fácilmente como el flanco sur que conquistó tan rápido.

La guerra comercial más importante que ha emprendido el gobierno estadounidense es contra China.

Y más allá de las razones que pueden ser muy válidas para exigir reciprocidad comercial al gigante asiático, lo cierto es que una guerra de vencidas con China no puede acabar bien para nadie.

En el mundo al revés en el que vivimos, China se presenta hoy como el defensor del libre comercio global y Estados Unidos es la representación del peor de los proteccionismos del pasado.

Esto se traduce en el terreno práctico, en el hecho de que mientras Estados Unidos aplica aranceles cada vez más altos y extendidos a los productos del gigante asiático, el gobierno del Xi Jinping les reduce las tarifas arancelarias a otros socios comerciales.

La jugada china es muy astuta, porque mejora sus relaciones comerciales con el resto del mundo, obliga a la reciprocidad de tarifas menores para sus propias exportaciones y todo sin acelerar el desgaste con Estados Unidos de entrar en aranceles cada día más altos y extendidos.

Otro frente de la guerra comercial ha alcanzado a las empresas de tecnología, que para muchos expertos es el verdadero centro de la disputa entre las dos economías más grandes del planeta.

Como sea, todo esto cobra una factura que eventualmente podría alcanzar al propio Donald Trump con sus intenciones reeleccionistas. Pero sobre todo tendrá efecto en toda la población por su contagio a la economía estadounidense.

Las evidencias de una desaceleración económica podrían tener su primera gran muestra la próxima semana, si bien todavía no con una baja en la tasa de interés, pero sí con un comunicado de política monetaria mucho más laxo y en preparación de aplicar una primera baja a la tasa de interés que no ha ejecutado desde el 2008, cuando llevó las tasas de 5.75% al cero como consecuencia de la gran recesión.

La desaceleración por la guerra comercial de Trump está confirmada y en proceso de iniciar la contención desde la trinchera monetaria.

La posibilidad de una recesión no es tan distante si se mantiene la trayectoria de choque entre los dos gigantes comerciales.

Y de esa eventual condición recesiva de Estados Unidos y de fuerte desaceleración económica de China no habrá región del mundo que se pueda salvar.