Elecciones 2024
Elecciones 2024

Una decisión política largamente esperada -con implicaciones de seguridad nacional y derechos humanos- permitió al Talibán recuperar el poder en Afganistán, destruyendo la ilusión de convertirlo en país democrático y hundiendo a la mayoría de sus habitantes en el temor, incertidumbre y desesperación, que contrasta con la esperanza que, vimos personalmente, generó la derrota del Talibán en 2001.

En un mensaje a la nación desde la Casa Blanca, el presidente Joe Biden recordó que esa guerra, desde 2001, tuvo como objetivo vencer a los terroristas de al Qaeda, responsables de los ataques terroristas del 9/11.

“Esa misión resultó en la muerte de Osama Bin Laden hace una década y la degradación de al Qaeda. Diez años después, se mantenía una fuerza militar a pesar del peligro” dijo Biden, tras interrumpir su descanso en Camp David, para atender el drama a causa del sorpresivo avance del Talibán.

Con este nuevo argumento, el ex presidente Donald Trump, atacó al presidente Biden con un torrente de declaraciones el fin de semana, diciendo que “es tiempo de que avergonzado, renuncie el actual mandatario”.

Biden recordó que “él heredó de su antecesor un trato con el Talibán”, alcanzado luego que los invitó a Camp David en septiembre de 2019, donde se impuso como plazo para el retiro de tropas de EE.UU, el 1o. de mayo de 2021.

En el Congreso, no se hicieron esperar críticas y declaraciones de condena a Biden.

Los trágicos resultados de esta apresurada operación se suman a los argumentos de Donald Trump y los republicanos que han abrazado sus mentiras de “fraude electoral” para tratar de relanzar a Donald Trump, a la presidencia.

Con vertiginosa rapidez, los afganos pasaron, de la relativa paz -interrumpida eventualmente por atentados terroristas- a la rendición de su ejército de 300.000 efectivos, bien entrenados y equipados, la cobarde huida del presidente Ashraf Ghani, en un vuelo sobrecargado con pacas de dinero en efectivo y turbas de aterrorizados afganos que invadieron el aeropuerto, tratando de abordar también aviones militares que evacuaban a diplomáticos, casi 8.000 estadounidenses y traductores afganos.

El retorno del Talibán, a 20 años de que fuimos comisionados a cubrir y transmitir esa guerra, implica un dramático retroceso para generaciones de afganos, que nacieron después de la derrota del radicalismo islámico y no conocen las aberrantes y opresivas reglas de la Ley Sharia, que de nuevo prohibirá las oportunidades de estudio y desarrollo profesional de la mujer, que había logrado avanzar en la política, la medicina, la abogacía, abriendo empresas y hasta en su forma de vestir, superando décadas de uso forzoso de burkhas.

Desde el fin de semana, cadenas de televisión de todo el mundo, transmiten dantescas escenas de la desesperación por salir del país, aferrados a aviones militares, que han muerto atropellados o por el cierre del tren de aterrizaje al despegar o aterrizar, como confirmó la Fuerza Aérea.

Esas escenas -alimentadas por el terror de regresar a un pasado de sufrimiento y opresión- recordaron la humillante evacuación de diplomáticos estadounidenses y colaboradores en Saigón, al final de la guerra de Vietnam.

Nadie critica el valor y determinación del presidente Joe Biden, para ordenar el desmantelamiento de bases militares de EE.UU en Afganistán y retiro total de tropas, poniendo fin a la guerra más larga y costosa en que ha participado Estados Unidos, analizada en su momento por los ex presidentes George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump, quienes prefirieron dejarla a su sucesor.

Pero sí, debe reconocerse que hubo falta de suficiente planeación, profundo análisis de sus consecuencias, premura, torpeza y mal planeada evacuación de ciudadanos estadounidenses que vivían en el país, traductores que sirvieron tanto a las tropas, como al Departamento de Estado y otras agencias de Estados Unidos, lo que legisladores demócratas y republicanos tratarán de conocer a fondo, en audiencias del Congreso, programadas para los próximos días.

Ahora, también surgen voces como “Los papeles de Afganistán: Una Historia Secreta de la Guerra”, libro del periodista Craig Whitlock, del diario Washington Post, que describe el conflicto de Afganistán como “Una Guerra contra la verdad”.

Tras una larga investigación, Whitlock denuncia cómo los presidentes anteriores y sus funcionarios, igual que legisladores, cayeron en el juego de comandantes y supuestos “expertos” que comprando tiempo y derrochando recursos, prometieron “construir una democracia”, dilapidando recursos y entrenamiento en un ejército con 96% de analfabetas, mal o no pagados, en el que comandantes militares o policiacos afganos corruptos, robaban grandes sumas, con nominas falsas.

Otros comandantes en privado recibían reportes sobre los fracasos, que distorsionaban en su versión a presidentes, al Congreso y medios de comunicación, usando estadísticas alteradas, que apoyaran sus argumentos de que el “triunfo de la guerra estaba cerca”, cuando en realidad ocurría lo radicalmente opuesto, lo que será examinado por el Congreso en audiencias y en otras investigaciones.

El libro de Whitlock revela 2.000 documentos que forman parte de un proyecto federal, para examinar la raíz de los fracasos en el más largo conflicto armado en que ha participado Estados Unidos, avalados con más de 400 entrevistas, en el que el gobierno trató de ocultar nombres de generales, diplomáticos, funcionarios y trabajadores de las agencias de Asistencia, así como funcionarios afganos.

También se analizará el fracaso de la estrategia de continuar sobornando a los llamados “Señores de la Guerra” o “warlords”; caciques que durante décadas han mantenido el control de estados y provincias, con los que, después de la guerra, se “construían” frágiles alianzas, a cambio de grandes sumas de dinero, además de impunidad para cultivar drogas, en lugar de despojarlos del poder y permitir la elección democrática de gobiernos provinciales, de comandantes de policía y otros funcionarios.

Desde que comenzó la guerra de Afganistán, más de 3.500 soldados de la Coalición Internacional han muerto en acción, de 2.300 de Estados Unidos, un gran número de suicidios, más de 30 mil heridos, sin contar a contratistas muertos.

También desde 2009, más de 110 mil afganos han muerto, de los que 45.000 eran integrantes del ejército entrenado, equipado y financiado por Estados Unidos.

Tras el apoyo aéreo y con tropas de operaciones especiales para derrotar al Talibán, Estados Unidos comenzó a enviar 5.000 soldados en 2002, que fue incrementando gradualmente cada año, hasta sumar 30.000 efectivos en 2008.

Una ofensiva del Talibán ese año, llevó al desplazamiento de 65 mil soldados, que en 2009 aumentaron a 66.000, 103.000 en 2010 y 110.000 en 2011, incrementando los gastos de esa operación a 100 mil millones de dólares anuales.

Controlada la ofensiva, el numero bajó a 76.000 en 2012 y se redujo a 25.000 en 2014, cuando la OTAN dio por concluida su misión.

En 2018, el gasto se redujo a 45 mil millones de dólares.

En 2020 la presencia militar volvió a ser de 4.000.

De acuerdo a fuentes militares, de 2001 a 2019, Estados Unidos había gastado 778 mil millones de dólares, sin contar 44 mil millones de dólares que gastó el Departamento de Estado en proyectos de reconstrucción, lo que aumentó el gasto hasta 2019, a 822 mil millones de dólares.

A esa cantidad se sumaron recursos envidados a Pakistán, plataforma de operaciones aéreas, lo que aumentó el gasto de recursos de los contribuyentes a 978 mil millones de dólares, recursos, que finalmente, no fueron suficientes para construir la democracia en Afganistán.

*Gregorio Meraz cubrió los atentados terroristas de 9/11 y el 15 de Octubre de 2001. Fue asignado para cubrir la guerra en Afghanistan. Meraz plasmó parte de esa experiencia, en el libro “El Periodismo, una lección en cada nota”.

**Texto reproducido con autorización del autor y publicado en LA Times