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El Presidente ha dicho con claridad, y hay que agradecerle la transparencia, cuáles eran sus diferencias con Carlos Urzúa y las razones de su desencuentro.

El Presidente pone en acento con toda claridad en discrepancias insalvables respecto al Plan Nacional de Desarrollo. El trazado por Urzúa, según él, tenía un perfil neoliberal y podía haber sido hecho por cualquiera de los secretarios de Hacienda anteriores, Agustín Carstens o José Antonio Meade.

No es eso lo que el Presidente quiere para su gobierno, sino un cambio, un verdadero cambio respecto al pasado.

Confieso que no alcanzo a ver todavía en qué consiste el gran cambio anunciado, salvo en una reasignación presupuestal a cuyos niveles de austeridad no se habían atrevido ni los más neoliberales secretarios de Hacienda de las últimas décadas.

Naturalmente el Presidente tiene derecho, de hecho tiene la obligación ante sus votantes, de proponerse y ejecutar un cambio en la política económica del país.

Puede diferir todo lo que quiera con su secretario de Hacienda y con los expertos y sus críticos; lo que no puede hacer, sin malas consecuencias para todos, es no tomar sus decisiones con apego a la “evidencia”, como le señala en su renuncia Urzúa.

Diría que tiene derecho incluso al “extremismo” que le reprocha Urzúa, siempre y cuando no se salte la realidad o no la violente de tal modo que ésta regrese bajo la forma no del cambio, sino del fracaso.

El Presidente no abordó en sus explicaciones la que Urzúa señala como una de sus discrepancias fundamentales: el nombramiento de gente impreparada por presión de “personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”.

El señalamiento de Urzúa se dirige a una zona más profunda que la de la política económica. Se dirige al terreno de la moral pública del nuevo gobierno, quizá el asunto en que mayor énfasis pone el Presidente cuando se refiere al cambio que él representa.

No somos iguales, no somos lo mismo, dice una y otra vez el Presidente, normalmente para subrayar que no preside un gobierno corrupto como los anteriores.

Lo que Urzúa le dice es que hay en su gobierno al menos un rasgo del que no puede sino manar corrupción: “personajes influyentes. . . con un patente conflicto de interés”.

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