Si la presidenta no tiene todo el poder que le corresponde es porque ha abdicado voluntariamente a él. Proseguir en la línea del caudillismo para la perpetuación de la 4T le es más importante
LIC. LEO ZUCKERMAN,
COLUMNISTA,
PERIÓDICO EXCÉLSIOR:
+ Abdicar: renunciar a algo
propio; ceder la soberanía.
Diccionario de la Real Academia
En tu interesante columna de ayer publicada en Excélsior planteaste la paradoja de que la presidenta Sheinbaum tiene un gran poder, en la medida en que su partido controla el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial; pero en contraste no tiene “poder para apartar de su puesto a correligionarios que han cometido actos grotescos y hasta delictivos que atentan contra los principios de la 4T. (…) El caso más emblemático es el Adán Augusto López”, seguido de un largo etcétera.
“Esto la hace ver como una jefa política menos poderosa. Si no puede poner orden en su casa, mucho menos en el país,” agregaste. “Me parece importante la distinción entre presidenta y jefa política de la coalición gobernante. Sheinbaum podría tener mucho poder en el primer papel, pero poco en el segundo”.
Prácticamente coincido casi en todo contigo; ahora explicaré el “casi”.
Muchos colegas columnistas y analistas hemos insistido en la necesidad de que Sheinbaum se deslinde de López Obrador; sin embargo, no lo hace. Tengo para mí que estamos juzgando la actual gestión presidencial como estábamos habituados: cada mandatario de turno era todo poderoso y no en balde Enrique Krauze la baautizó como la Presidencia Imperial. Pero para que ésta funcionara como tal, el partido no se andaba por las ramas y se alineaba con el mandatario de turno, además de estar dirigido por alguien totalmente leal al sexenio.
Me temo que ahora estamos frente a otro modelo y es el del caudillismo. Éste se caracteriza por concentrar el poder en un líder carismático y personalista; no es necesario abundar sobre lo anterior pues todos tenemos frescos los recuerdos de López Obrador.
Para funcionar y mantener el poder, el caudillismo se hace acompañar del apoyo militar; para todos es claro el militarismo que ahora vive el país. Nunca en la historia de México habíamos presenciado un protagonismo militar tan grande y tan fuera de sus funciones habituales; la cantidad de empresas y presupuestos que manejan las Fuerzas Armadas es enorme.
Otra peculiaridad del caudillismo es utilizar el clientelismo para establecer relaciones de dependencia con sus seguidores a través de la distribución de bienes y favores. Sobra recordar el uso de los programas sociales sin más mérito que repartir dinero, porque no cuentan con indicadores de éxito ni con un programa para combatir lo que se supuestamente se proponen.
Un atributo del caudillismo es la marginación de los opositores. Sobran los ejemplos de denostaciones que las voces críticas han recibido en los últimos siete años. Poco ha cambiado la actitud y el discurso de la presidenta Sheinbaum en comparación con el de López Obrador, aunque este último lo hacía con más “gracia”. No vayamos lejos: llevamos dos semanas de escuchar de la perversidad de los manifestantes del 15 de noviembre, a lo cual ahora se ha sumado un discurso que llama a cerrar filas frente “al odio y el injerencismo”. Como si pensar distinto hace en automático que un ciudadano esté lleno de odio, ruegue por la intervención de EUA y sea un traidor a la Patria.
El problema con el caudillismo es que no desaparece junto con el líder inicial. Y México no es la excepción. El caudillismo suele dejar como legado una herencia autoritaria, justamente para afianzar el movimiento que lo origina. Todos esperábamos que la doctora Sheinbaum fuera más tolerante, más dialogante, menos polarizante; pues nos quedamos con las ganas. Y la consecuencia directa es el debilitamiento de la democracia.
También nos quedamos con las ganas de que doña Claudia no llevara a cabo las reformas constitucionales planteadas por su antecesor el 5 de febrero de 2024 y que fuera un más sensata. Pues no, nos recetó la Reforma al Poder Judicial cuyos estropicios durarán varios años en la impartición de justicia y en la certidumbre jurídica. No importó qué pensaban los ciudadanos o qué opinaban los capitales; el objetivo era seguir la ruta trazada por el caudillo. Y peor que se va a poner con la Reforma Electoral.
Y, efectivamente, la presidenta no tiene control sobre el partido porque el caudillo es quien gobierna sobre MORENA. Lo más preocupante de todo lo aquí descrito es que la presidenta Sheinbaum no tiene el menor reparo en enaltecer la imagen de López Obrador cada vez que puede. Nunca agrega el prefijo “ex” y lo sigue llamando presidente; en varias ocasiones se le ha oído decir frente a las multitudes que AMLO es el mejor presidente que México ha tenido.
O sea, la presidenta Sheinbaum hace todo lo posible por mantener en alto la imagen del caudillo, aun a costa de perder poder e imagen personal.
En síntesis, estimado Leo, si la presidenta no tiene todo el poder que le corresponde es porque ha abdicado voluntariamente a él. Proseguir en la línea del caudillismo para la perpetuación de la 4T le es más importante.
+ Con la colaboración de Upa Ruiz
Nueva cuenta en X: Upa_ruiz
X: @Lmendivil2015
