Así el plan C hasta ahora: cuesta arriba en la rodada, camino al barullo interno más que a la automutilación
Van tres intentos oficiales de cambiar el régimen político electoral y de acabar con el INE.
El plan A, una reforma constitucional de altos vuelos, que no se aprobó.
El plan B, un paquete de seis leyes electorales, que la Corte suspendió el viernes pasado.
El plan C, una maniobra política orientada a capturar la presidencia y el Consejo del INE para Morena.
Esta es la intención visible en la designación de los tres consejeros y la presidencia del INE que se renuevan el 3 de abril.
El oficialismo tuvo mayoría en la conducción del proceso de la Cámara de Diputados para integrar las cuatro quintetas de aspirantes. Pero no tiene la mayoría calificada necesaria (dos tercios) para elegir entre ellos.
Necesita los votos de la oposición. Si ésta negocia, la Cámara elegirá a los consejeros y a la presidenta que quiera entre las quintetas. (La quinteta de la presidencia es sólo de mujeres, por criterio del Trife).
Si no hay negociación, se sortearán las posiciones en la Cámara. Si en la Cámara no hay acuerdo sobre el sorteo, lo hará la Suprema Corte.
El gobierno quiere las cuatro posiciones, se dice, y por eso puso a morenistas en todas las quintetas, para quedarse con todo.
La verdad, no se ven tan cargadas las quintetas, salvo en la de la presidencia, donde hay 4 filomorenistas de 5.
Tampoco se ve tan potente el plan C como para “descuartizar” al INE, según consigna del secretario de Gobernación.
La presidenta y los consejeros nuevos no llegarán al INE con el mandato legal de jibarizarlo, pues las leyes que lo ordenaban están suspendidas por la Corte.
La nueva presidencia y el nuevo Consejo estarán obligados a respetar las leyes vigentes, que no exigen ningún cambio en el INE.
No hay que subestimar la capacidad de destrucción de nadie, como queda claro en estos años. Pero la idea de una institución de gobierno colegiado, como el INE, destruyéndose a sí misma voluntariamente y contra la ley, es difícil de imaginar.
Así el plan C hasta ahora: cuesta arriba en la rodada, camino al barullo interno más que a la automutilación.
Falta, eso sí, el resto del abecedario.