Su optimismo, sin embargo, es invencible. Su individualismo también, lo mismo que sus ganas de salir adelante como se pueda
El retrato del mexicano como un “liberal salvaje”, hecho por Benjamín Salmón, Marco Antonio Robles y Guido Lara (Nexos, mayo 2023), tiene rasgos estructurales acusados.
Se trata de un personaje “abrumadoramente individualista”, que “cree en su propio esfuerzo más que en ninguna otra variable”; que piensa “en sí mismo y en su familia por encima de cualquier noción de comunidad o nación”; que valora “como ningún otro asunto su libertad individual, su mejoría personal y familiar”.
Es el personaje que mira hacia su país, el gobierno y las instituciones, como hacia “unos entes distantes que afectan, pero no determinan su vida”.
Desde el estudio anterior de este personaje, hecho en 2017, han empeorado “visiblemente las percepciones de inseguridad personal, de corrupción pública, de deficiencias en la salud y de falta de dinero en el bolsillo para cubrir las propias necesidades”.
Han mejorado, en cambio, sus percepciones de que “el país ha mejorado, tiene rumbo y le queda a deber menos a sus ciudadanos”.
Quien encuentre contradictorias estas percepciones, nos dicen los autores, “entiende bien los hallazgos” del estudio.
Tal “ambivalencia, si se quiere tal esquizofrenia, es característica de nuestro ‘liberal salvaje’”, quien ve a sus conciudadanos “como seres admirables: trabajadores, libres, divertidos, capaces y, a la vez, como seres lamentables: violentos, corruptos, en los que no se puede confiar”.
La fase cualitativa del estudio extiende los hallazgos cuantitativos. Ahí también, en los grupos de enfoque, el mexicano se percibe como un ser “dual y contradictorio”.
Es el ciudadano por excelencia de la desconfianza. Si alguna patria tiene, es (sólo) su familia. Es también el libertario por excelencia. Si algo valora como nada, es su libertad.
Reconoce más que antes los apoyos que recibe del gobierno. Pero quiere empleos dignos y mejor pagados. Porque lo que quiere es mejorar, superarse: es más aspiracionista que clientelar.
Ha resentido a fondo la crisis de los servicios de salud. Vive la violencia como una pesadilla, con miedo de salir a la calle. Y la crisis económica, como falta de dinero en el bolsillo.
Su optimismo, sin embargo, es invencible. Su individualismo también, lo mismo que sus ganas de salir adelante como se pueda.